El día que los egipcios descubrieron el calendario solar

Por Gustavo Blettler

Los egipcios, como casi todos los pueblos, utilizaron en los albores de su civilización un calendario lunar. Seguir el movimiento de la luna a través del cielo y sus cambios es fácil, pues la luna cambia de forma regular y visible; solo debemos contar los días que pasan desde el momento en que la luna cambia de fase (por ejemplo el tiempo transcurrido entre una luna nueva y la siguiente). Esta operación nos dará como resultado un año de 360 días (12 lunas X 30 días).

El problema es que las estaciones, los momentos óptimos para la siembra, las crecidas del río Nilo y los tiempos de navegación dependen del ciclo solar, no del lunar; por tanto si utilizamos un calendario lunar, este será fácil de utilizar pero no tendrá la precisión del calendario solar y rápidamente quedará desfasado.

 

Fue entonces cuando los astrónomos egipcios de Tebas, mientras median los movimientos aparentes del sol entre las estrellas, contemplaron un amanecer extraordinario. La refulgente estrella Sirio (la estrella más brillante del cielo) apareció sobre el horizonte el mismo día que se registraba el Solsticio de verano. Al mismo tiempo las aguas del Nilo desbordaban su cause para irrigar los campos de cultivo de Egipto. Tan inusual acontecimiento no podía dejar de considerarse un prodigio, la esperada señal divina enviada por los dioses, para indicar a los mortales la fecha del inicio del año solar egipcio. El satisfecho sacerdocio egipcio llamó a este día 1 Toth y fue considerado el primer día del año. Este evento ya está documentado en textos tan antiguos como el papiro de Rhind.

Sin embargo, la alegría duro bien poco, los sacerdotes – astrónomos confirmaron que el triple acontecimiento que marcaba el comienzo del año se atrasaba un día cada cuatro años. Esto sin duda era mucho más preciso que el calendario lunar que retrasaba 5 días por año, pero aún así era necesario corregirlo.  

Este “desfase de tiempo” ocasionaba un retardo de 6 meses en 730 años  y los egipcios tan aficionados a las fiestas como eran, terminaban festejando el comienzo del verano en invierno. Al cabo de 1460 años este calendario de 365 días atrasaría un año entero y estaría de nuevo en fase.

Entonces, si para medir el tiempo que tarda la tierra en dar una vuelta completa alrededor del sol, usamos la escala temporal “día”, nuestro calendario de 365 días atrasará un día por año y solo será exacto una vez cada 1.400 años. A esto se lo denomina “Ciclo Sotíaco”.

Los sacerdotes consideraron estas cuestiones y después de muchos devaneos llegaron a la conclusión que la única manera de hacer coincidir el comienzo del año egipcio (1 Toth), el Solsticio de verano, el orto helíaco (es decir la primer aparición matutina de Sirio sobre el horizonte) y las crecidas del Nilo, era incorporar las horas al calculo del año, que hasta entonces solo consideraba días enteros para su cómputo. Solo si se consideraba que un año correspondía a 365 días y 6 horas, las piezas del gran círculo encajarían perfectamente y el triple fenómeno coincidiría con el 1 Toth del comienzo de cada año.

Naturalmente 6 horas en cuatro años son un día adicional al cálculo, por lo cual se debería agregar un año de 366 días cada cuatro años de 365 días para que encajen las piezas.

El tradicionalismo e inmovilismo egipcio era tan grande que recién en el año 238 A.C. los sacerdotes llamados “hierográmatas” o letrados sagrados accedieron a revisar y reformar el calendario sotíaco egipcio vigente hasta entonces.

Una vez más los egipcios avanzarían, primeros entre todos los pueblos, en la dirección correcta, sin embargo esta adecuación, llamada “Reforma de Canopus” por la ciudad donde se desarrollo el conclave, nunca fue llevada a la práctica.

Los egipcios que sabían que el año sotíaco de 365 días era erróneo no adoptaron nunca el nuevo año solar de 365,25 días, pues el anterior estaba muy arraigado en las mentes de un país muy estático y aferrado a sus tradiciones.
 
Se necesito a una persona de mente abierta y con una visión fuera de lo común para que este calendario mucho más preciso se aplicara. Este gran hombre fue Julio César, pero esa es ya otra historia.

Gustavo Blettler, especialista en Arqueoastronomía – AEA          

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