¿Y si los extraterrestres estuvieran ahí pero no pudiéramos verlos? El fin de la paradoja de Fermi

Alan Stern, investigador principal de la misión New Horizons, ha aventurado una respuesta a por qué no hemos contactado con civilizaciones alienígenas si estas existen.

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Alan Stern, investigador principal de la misión New Horizons, que actualmente explora Plutón, acaba de aventurar una respuesta a la vieja cuestión planteada por la paradoja de Fermi: Si es cierto que existen civilizaciones extraterrestres, ¿por qué no hemos entrado aún en contacto con ellas?

Stern, científico planetario en la Universidad de Boulder en Colorado, no duda de que los extraterrestres existen, pero sugiere que podrían vivir confinados en océanos subterráneos de mundos helados, parecidos a algunas de las lunas de Saturno y Júpiter, como Encelado y Europa. El científico lanzó esta idea durante una reunión de la División de Ciencias Planetarias de la Sociedad Astronómica Americana, celebrada recientemente en la localidad de Provo, en Utah.

Propuesta por primera vez por el Nobel de Física Enrico Fermi en la pasada década de los cincuenta, la célebre paradoja que lleva su nombre hace referencia al hecho de que, si hay civilizaciones ahí fuera, no hemos logrado establecer contacto con ninguna de ellas, lo cual no tiene sentido. Desde entonces, y a pesar de que muchos astrónomos han escudriñado durante décadas el cielo en busca de señales de radio, el resultado sigue siendo el mismo: un desconcertante silencio.

Las razones aducidas hasta ahora para esta irritante falta de comunicación resultan muy variadas. Puede, por ejemplo, que realmente estemos solos en el Universo. O que si “ellos” existen estén utilizando tecnologías desconocidas e indetectables para nosotros; o incluso podríamos pensar que, en cuanto revelan su presencia, las civilizaciones son destruidas por una raza maligna de merodeadores galácticos… O quizá el motivo sea que los planetas habitables capaces de permitir que la vida se desarrolle durante miles de millones de años hasta alcanzar la inteligencia son tan raros que, sencillamente, aún no hemos apuntado ninguno de nuestros telescopios en su dirección. A falta de una explicación comprobada, cualquier teoría es posible…

Por eso la idea de Stern resulta tan simple como atractiva. En efecto, el científico aventura la posibilidad de que la mayor parte de los mundos capaces de albergar vida no se parecen a la Tierra, con sus continentes, su atmósfera y sus mares en superficie. Y que en vez de eso, podrían ser planetas congelados, con vastos océanos subterráneos atrapados bajo gruesas capas de hielo.

Hasta hace muy poco ni siquiera sabíamos que esa clase de mundos existía. Pero ahora hemos podido comprobar que resultan muy comunes, y que ni siquiera es necesario salir de nuestro propio Sistema Solar para encontrar varios de ellos. Si esa proporción se mantiene también alrededor de otras estrellas, podríamos tener, contra una sola Tierra, centenares de mundos como Encelado o Europa.

Para Stern, si esos planetas helados albergaran vida inteligente, muy probablemente no podrían establecer contacto con nadie, ni ser escuchados fuera de su entorno acuático, ya que las capas de hielo de la superficie bloquearían sus señales de radio, que no podrían propagarse por el espacio y ser captadas desde otros mundos.

Esas hipotéticas civilizaciones, además, podrían desconocer por completo que hay algo de interés por encima de sus “techos” helados, e incluso si encontraran alguna razón para taladrar las gruesas capas de hielo sobre sus cabezas, es posible que no supieran qué son todas esas luces que brillan en el cielo, si es que disponen de ojos para contemplarlas…

Las cosas no serían fáciles para ellos ni siquiera si hubieran superado todos estos obstáculos y estuvieran predispuestos para la exploración espacial. De hecho, tendrían que llevar en sus desplazamientos enormes cantidades de agua, en vez de aire, para el mantenimiento de vida. Y eso sería sin duda un gran impedimento ya que, en palabras de Stern, incluso en nuestro caso, “todo lo que sabemos sobre viajes espaciales implica el ser capaces de construir naves más ligeras”.

Según el científico, otro factor en contra para que existan mundos con océanos exteriores, como el nuestro, es que quedan expuestos ante cualquier “cosa mala” que venga del cielo: “Todos conocemos la historia de los impactos como el que con toda probabilidad terminó con el periodo Cretácico y los dinosaurios, y ese es solo uno de los peligros posibles. Aunque ninguno de ellos afectaría a la vida oceánica bajo el hielo”.

Además, abunda Stern, esta clase de planetas no tienen por fuerza que estar dentro de las “zonas de habitabilidad” de sus soles, ni siquiera cerca de ellas. “Un océano interior en Plutón -afirma- resulta igual de húmedo y caliente que uno en el interior de una luna galileana”.

El propio Stern, sin embargo, admite que incluso si las cosas fueran realmente así, la paradoja de Fermi seguiría siendo válida, ya que seguiríamos sin saber por qué ninguno de los otros mundos “sin techo”, como como el nuestro, ha revelado hasta ahora su presencia. Y hoy sabemos que, aunque no fueran el tipo dominante de planetas habitables en el Universo, ahí fuera podría haber billones de mundos parecidos a la Tierra.

En su intervención, Stern afirmó que su idea constituye, sencillamente, un punto de partida para centrar la discusión. “Apenas estamos empezando a entender -afirma-. Así que abróchense los cinturones”.

Fuente: ABC

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