Se trata de la primera vez que la NASA recupera restos de una roca espacial.
Imagen tomada durante los ensayos de la recogida de la cápsula de Osiris-Rex NASA
Éxito de la llegada a la Tierra de las muestras rescatadas por la misión Osiris-Rex de la NASA, la primera de la agencia espacial estadounidense en recoger restos de un asteroide. Las maniobras comenzaban tal y como estaba previsto: sobre la 1 de la tarde (hora española) la nave Osirix-Rex lanzaba su preciada carga -los restos recogidos en 2020 del asteroide Bennu-, desde el espacio, a 800 kilómetros sobre la superficie de la Tierra. Una hora después, encendía sus motores para poner rumbo a Apophis, otro asteroide potencialmente peligroso por su rumbo cercano a nuestro planeta y que protagonizará la versión extendida de la misión Osiris-Rex (rebautizada como Osiris-Apex) en los próximos años.
Mientras, la cápsula viajaba de camino al desierto de Utah. Cuatro horas después, 13 minutos antes de tocar tierra, la sonda se introducía en la atmósfera terrestre a la vertiginosa velocidad de 12 kilómetros por segundo, teniendo que llegar a soportar temperaturas de 2.800ºC tan solo un par de minutos después de su ingreso, envuelta en una bola de fuego. Varios telescopios apuntaron hacia la proeza, que fue retransmitida en directo por la NASA. En las imágenes se pudo ver la cápsula, de unos 80 centímetros de diámetro en realidad, como un pequeño punto acercándose hasta aterrizar en una zona despoblada, dentro de un área militar.
Para frenar su rápido descenso y que no acabara machacada contra el suelo, los paracaídas primarios se abrieron, reduciendo su velocidad de hipersónica a subsónica y estabilizando el vuelo. El principal y más grande lo hizo poco después, unos cuatro kilómetros antes de lo esperado, si bien a las 16.55 hora española, con gran puntualidad, las muestras tocaban la superficie en lo que pareció un aterrizaje suave: a priori, todo salió tal y como estaba previsto y ensayado hasta la saciedad desde hacía meses.
«¡Aterrizaje para la ciencia!», decía Jim Garvin, científico jefe del Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA, desde el lugar de aterrizaje durante la retransmisión en directo. «Por primera vez en la historia, trajimos regalos a casa de este tipo de objeto. Esto es muy grande y todos respiramos aliviados».
Los siguientes pasos
Tras el ‘touchdown’ de la cápsula, llega el turno de los equipos de tierra: tardarán unas tres horas en recuperarla, prepararla ‘in situ’ para descartar posteriormente contaminación con el suelo terrestre, y fotografiar cada palmo para que revele información del segundo a segundo de su descenso. Posteriormente, se llevará a una sala blanca (libre de contaminación) temporal, instalada en en el campo de pruebas Dugway del ejército de EE. UU. para los análisis preliminares.
En la sala limpia temporal instalada en un hangar del campo de entrenamiento, las muestras se conectarán a un flujo continuo de nitrógeno para mantener alejados los contaminantes terrestres y dejar la muestra pura para análisis científicos.
En ese momento se podrán saber algunos datos como la cantidad exacta de material rescatado y si la cápsula ha sufrido daños (aunque los análisis preliminares no han observado desperfectos). La misión tenía como objetivo recuperar como mínimo 60 gramos de Bennu; sin embargo, los primeros datos señalan que se han podido recolectar alrededor de 250 gramos, lo que sería sin duda todo un éxito para la NASA y una cantidad récord de material recuperado. Porque, aunque las primeras misiones en rescatar restos de un asteroide fueron las sondas japonesas Hayabusa 1 y Hayabusa 2, apenas consiguieron una docena de gramos del asteroide Ryugu.
En las próximas horas, las muestras llegarán al Centro Espacial Johnson (JSC) de la NASA en Houston, donde serán conservadas y almacenadas. El personal de JSC supervisará la distribución del material a científicos de todo el mundo, quienes lo estudiarán para diversos fines, si bien es de esperar que los primeros análisis se reserven para el equipo, dando a conocer los resultados preliminares, al menos de cantidad y posibles contaminantes, en las próximas horas.
“Felicitaciones al equipo por una misión perfecta: el primer regreso de una muestra de asteroide estadounidense en la Historia, que profundizará nuestra comprensión del origen de nuestro sistema solar y su formación. Sin mencionar que Bennu es un asteroide potencialmente peligroso, y lo que aprendamos de la muestra nos ayudará a comprender mejor los tipos de asteroides que podrían cruzarse en nuestro camino”, ha dicho el administrador de la NASA, Bill Nelson.
Por qué Bennu
Entre el más del millón de asteroides conocidos, Bennu es uno de los más cercanos y grandes de los que se tiene constancia: de unos 500 metros de longitud (usualmente se le compara con el tamaño del Empire State Building), se encuentra a unos 300 millones de kilómetros de nosotros. No siempre está tan lejos: debido a que tiene una trayectoria alrededor del Sol parecida a la de la Tierra, periódicamente -cada seis años, aproximadamente- se nos acerca. De momento lo ha hecho de forma inofensiva, pero hay probabilidades de que se acerque más de la cuenta en el futuro.
De hecho, los astrónomos ya han dado una fecha que podría ser crítica para nuestro planeta: el 24 de septiembre de 2182. Las posibilidades, aunque reales, son bajas: uno entre 2.700, alrededor del 0,037%, según datos de la NASA. Una misión como Osiris-Rex podría facilitar datos sobre su composición que ayudasen a un posible plan en caso de que los peores planes se cumplan.
Aparte de consideraciones técnicas o de aspectos catastrofistas, Bennu es un asteroide importante porque es una ‘cápsula del tiempo’ de los comienzos del Sistema Solar. Se cree que se formó hace unos 4.500 millones de años y que ha permanecido inalterado desde entonces, si bien surgió tras el impacto de dos objetos progenitores, hace mil o dos mil millones de años. Es por ello que, al contrario que otros cuerpos que caen hacia nosotros y que se ven alterados por el roce con la atmósfera terrestre o por la contaminación una vez que están en el suelo, puede brindarnos información de primera mano sobre los primeros momentos en la formación del Sistema Solar.
Su composición, muy rica en carbono, y la presencia de agua en sus minerales, le hacen muy interesante para estudiar no solo la formación de nuestro vecindario cósmico, sino también la aparición de los precursores que originaron la vida. De hecho, su análisis será clave para determinar si es cierta la teoría de que esta, o al menos sus ‘ladrillos básicos’ llegaron a bordo de alguna roca espacial que colisionó contra la Tierra en algún momento en el pasado, hace miles de millones de años. Ahora, en nuestro futuro, años de investigaciones que revelarán los misterios de Bennu.
Fuente: ABC