La Agencia Espacial Europea lanza desde la Guayana Francesa una sonda que abre el camino a detectar las ondulaciones del espacio-tiempo descritas por Einstein.
Hace ya más de un siglo, inscritas en la teoría de la Relatividad General de Albert Einstein, se encontraron por primera vez las ondas gravitacionales. Como un guijarro lanzado a un estanque, algunos de los eventos más violentos del cosmos, como los agujeros negros o las supernovas, serían capaces de sacudir el espacio-tiempo y producir ondulaciones en su tejido. Aunque el propio Einstein renegó al principio de esa implicación de su teoría, el trabajo de otros científicos ha mostrado que deberían estar ahí. Hasta ahora, no obstante, no ha sido posible detectarlas.
Esta madrugada, desde el puerto espacial de Kourou, en la Guayana Francesa, la Agencia Espacial Europea (ESA) ha lanzado al espacio LISA Pathfinder, un satélite que probará la tecnología necesaria para captar las ondas predichas hace cien años. A la 1.04 hora local (5.04 hora de Madrid), un cohete Vega partió hacia el espacio cargando en su morro un artefacto que ha requerido una inversión de más de 400 millones de euros y ayudará a ofrecer a la ciencia un nuevo sentido con el que observar el cosmos. Algo más de dos horas después, desde la sala de control de la ESA se celebró que el artefacto se encontraba ya a salvo y de camino a su destino, en el primer punto de Lagrange, una zona muerta a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra donde la gravedad del Sol y la Tierra se neutralizan.
Allí, la misión de LISA Pathfinder consistirá en probar un sistema con el que observar las ondas gravitacionales. Estas sacudidas en el espacio tiempo se originan en fenómenos muy poderosos, como dos agujeros orbitando uno en torno al otro, sin embargo, como las ondulaciones en el agua, se van atenuando con la distancia. Cuando el eco de esos fenómenos llega hasta las inmediaciones de nuestro planeta, son casi imperceptibles y sobre la superficie terrestre quedan enterradas en una gran cantidad de señales de todo tipo. Algunos experimentos, como LIGO en EEUU o EPTA en Europa, pueden estar a punto de capturar estas ondas por primera vez, pero aún así se tratará de una información limitada. En cualquier caso, según explica Fabio Fava director de la Oficina del Programa de Coordinación de la ESA, la información que se consiga con estos observatorios “será complementaria con la que logre LISA”.
Precisamente LISA es el gran proyecto para el que el lanzamiento de hoy debe despejar camino. Europa se planteó este ambicioso observatorio que se alejaría de las interferencias terrestres para captar las ondas gravitacionales más puras. Lograrlo requeriría crear una especie de laboratorio estéril en el espacio. El objetivo final consistiría en colocar en caída libre y dentro de tres sondas en formación de triángulo tres sensores protegidos de cualquier alteración distinta de las ondas gravitacionales. El viento solar, otros tipos de radiación o incluso minúsculos meteoritos deberían quedar anulados para no trastocar las observaciones. Estos sensores a bordo de sus sondas, separadas por millones de kilómetros de distancia, estarían unidos entre sí por rayos láser y actuarían como boyas hipersensibles capaces de captar ondulaciones diminutas, menores que el diámetro de un átomo. Estos aparatos abrirían una nueva ventana para el estudio de algunos objetos que hasta ahora solo se pueden ver de manera indirecta con los telescopios que detectan la luz, los rayos X o los infrarrojos. En el caso de los agujeros negros, por ejemplo, se contemplan sus efectos, “pero con las ondas gravitacionales detectaríamos la masa y el movimiento reales”, añade Fava. Este proyecto es de tal envergadura, que según las previsiones de la ESA no llegará antes de 2034, una fecha en la que algunos quieren colocar ya humanos en Marte.
La labor de LISA Pathfinder para llegar a ese objetivo final dentro de 20 años requerirá probar si se pueden mantener dos masas protegidas de innumerables influencias y en perfecto estado de caída libre. La sonda lanzada hoy contiene dos cubos de oro y platino de 4,5 centímetros de lado y dos kilos de peso cada uno. Entre los 38 centímetros que les separarán viajará un rayo láser que sirve para saber si los dos trozos de metal se mantienen siempre a idéntica distancia y pondrá a prueba el concepto pergeñado para LISA. “Lo más impresionante es que tienes estos cubos, flotando dentro de una sonda de tres metros por dos que está haciendo continuamente correcciones para que los cubos se mantengan estables en la misma posición respecto al otro con una precisión del orden de un átomo”, explica Miquel Nofrarias, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC) de Barcelona y representante en Kourou del equipo de este centro que lleva años trabajando en LISA Pathfinder.
Álvaro Giménez, director científico de la ESA, también saludaba la partida de LISA Pathfinder como el primer gran paso de una epopeya para proporcionar un nuevo sentido a los astrónomos con el que auscultar el cosmos. «Ya no se trata de utilizar las ondas electromagnéticas para mirar al universo como hasta ahora, se trata de algo que nunca hemos podido utilizar, completamente nuevo, es como si hasta ahora tuviésemos cine mudo y fuésemos a ponerle sonido a las películas», celebró.
Poco antes de volver a tener a la vista la sonda después del primer impulso tras el lanzamiento, cuando recibió un nuevo impulso para poner rumbo a su lugar de estacionamiento en el punto lagrangiano L1, dos mujeres y un hombre charlaban sobre el ingente trabajo detrás de una misión como la que se acababa de poner en órbita. Cesar García Marirrodriga, director de proyecto de la misión, comparaba el trabajo de todo el equipo con la construcción de una catedral: «La teoría de Einstein, que queremos poner a prueba, tiene ya cien años, y es posible que tardemos aún veinte más en lanzar LISA. Esto es como una catedral, algo mucho más grande que nosotros, y creo que es muy interesante buscar proyectos que sean mayores que cada uno individualmente». «Es algo que dejaremos para las generaciones posteriores», coincidía Beatriz Romero, presente en el centro de control como responsable del proyecto para Arianespace, la compañía de transporte espacial que construye cohetes como Vega con el que estas catedrales salen disparadas al espacio. LISA, el gran observatorio que probaría los efectos de las teorías de Einstein, tiene previsto su lanzamiento en 2034, pero Marirrodriga cree que la fecha se puede adelantar. Medio en broma, se dirigía a la tercera persona del corrillo, Maria Luisa Poncela, secretaria general de Ciencia, Tecnología e Innovación: «Nos podéis ayudar». Como los constructores de catedrales reconoce la necesidad del apoyo de esos benefactores, que hoy pueden llamarse también contribuyentes, y de que compartan el sueño del arquitecto que quiere edificar algo mucho más grande que ellos.
Fuente: El País