Objetos de Espacio Profundo: Los Cúmulos Estelares

Por Mariano Andrés Peter

Imágen panorámica de la constelación de Tauro y las Pleyades a la derecha

Cúmulos Estelares: Son agrupaciones o concentraciones de estrellas unidas todas por la gravedad.
A simple vista se los puede apreciar como débiles manchas de luz en el cielo nocturno.
Los cúmulos estelares se dividen en dos tipos, abiertos y globulares.

Por Mariano Andrés Peter

Imágen panorámica de la constelación de Tauro y las Pleyades a la derecha

Cúmulos Estelares: Son agrupaciones o concentraciones de estrellas unidas todas por la gravedad.
A simple vista se los puede apreciar como débiles manchas de luz en el cielo nocturno.
Los cúmulos estelares se dividen en dos tipos, abiertos y globulares.

 

 Imágen del cúmulo abierto NGC 290

Los cúmulos abiertos, también conocidos como cúmulos galácticos, tienen forma irregular y están formados por cientos o miles de estrellas unidas gravitacionalmente luego de su formación y así pueden permanecer por cientos de millones de años más antes de dispersarse.
Algunos cúmulos abiertos como las Pléyades en Tauro, son lo suficientemente grandes y luminosos como para ser apreciados a simple vista.
Otros cúmulos grandes como la Colmena en Cáncer se ven mejor con binoculares o con oculares de bajo aumento y gran campo visual.
Los cúmulos pequeños y compactos como el Joyero en la Cruz del Sur, requieren de oculares de mayor aumento para poder apreciarlos en detalles.
La presencia visual de un cúmulo abierto esta determinada por su concentración de estrellas, además de la distribución y magnitud individual de sus estrellas. Los cúmulos compactos formados por estrellas débiles cerca del límite de resolución del telescopio aparecen nebulosos y por otro lado puede ser difícil distinguir los cúmulos grandes abundantes de las estrellas del fondo.

 

Omega Centauri, el cúmulo globular más grande captado desde el Observatorio de Oro Verde

En contraste, los cúmulos globulares son enormes concentraciones esféricas de cientos de miles o millones de estrellas viejas, formadas antes que tomara forma el disco galáctico.
Están ubicados en un halo que esférico alrededor de la Vía Láctea, pero desde nuestra perspectiva parecen concentrados alrededor del centro galáctico en las constelaciones de Sagitario y Ofiuco.
Se han catalogado unos 150 cúmulos globulares, pero son pocos los que pueden apreciarse a simple vista.
Con prismáticos pueden observarse como manchas de luz en el cielo, con telescopios de 100 a 150 mm quedan bien definidos.
El mayor cúmulo globular es Omega Centauri, visible desde el hemisferio sur.
Posee unas 10 millones de estrellas y un diámetro 150 años luz. Se ubica a una distancia de 17 mil años luz de la Tierra y se cree que es el remanente del núcleo de una pequeña y antigua galaxia que fue absorbida por la Vía Láctea hace mucho tiempo.
Los grandes cúmulos globulares están entre los objetos celestes más hermosos para la observación.
La aglomeración de estrellas es tal que si nuestro sistema solar se encontrara en un cúmulo globular, no existirían las noches oscuras ya que el cielo permanecería siempre iluminado por las estrellas del cúmulo con un brillo similar al de nuestro Sol.

Mariano Andrés Peter, coordinador gral. del Observatorio de Oro Verde – AEA

¿Qué es ese ruido? Cómo Penzias y Wilson descubrieron por azar la prueba fundamental del Bing Bang

Por Alberto Anunziato 

 

Ecos del Big Bang captado por WMAP

Arno Penzias y Robert Wilson trabajaban como técnicos de la Bell Telephonic en una antena diseñada para mejorar las comunicaciones por satélite. En un principio se recibían las comunicaciones del satélite Eco I, lanzado en 1960. Cuando este trabajo dejó de ser necesario, ambos técnicos modificaron la antena y la transformaron en el radiotelescopio de mayor poder de recepción de la época, con el propósito de continuar su trabajo de tesis, que consistía en el relevamiento de la intensidad de fuentes de radio-energía provenientes del espacio, con aplicaciones tanto en el desarrollo de la comunicación por satélite como en la radioastronomía.
El 20 de mayo de 1964 anotaron una contaminación, un “ruido de fondo”, una señal de 4080 MHz con una longitud de onda de 7,35 cm que no cesaba nunca. Durante varios meses se dedicaron a descartar posibles orígenes de la intrigante señal, tanto extraterrestres (escudriñando posibles fuentes en la Vía Láctea) como terrestres (desde las señales provenientes de la ciudad de New York hasta el excremento de un par de palomas que habían nidificado en la antena). No encontraron ninguna explicación para la persistente señal uniforme e invariable que encontraban apuntasen donde apuntasen su radiotelescopio, una radiación que correspondía a una temperatura de 2,725 Kelvin.

Por Alberto Anunziato 

 

Ecos del Big Bang captado por WMAP

Arno Penzias y Robert Wilson trabajaban como técnicos de la Bell Telephonic en una antena diseñada para mejorar las comunicaciones por satélite. En un principio se recibían las comunicaciones del satélite Eco I, lanzado en 1960. Cuando este trabajo dejó de ser necesario, ambos técnicos modificaron la antena y la transformaron en el radiotelescopio de mayor poder de recepción de la época, con el propósito de continuar su trabajo de tesis, que consistía en el relevamiento de la intensidad de fuentes de radio-energía provenientes del espacio, con aplicaciones tanto en el desarrollo de la comunicación por satélite como en la radioastronomía.
El 20 de mayo de 1964 anotaron una contaminación, un “ruido de fondo”, una señal de 4080 MHz con una longitud de onda de 7,35 cm que no cesaba nunca. Durante varios meses se dedicaron a descartar posibles orígenes de la intrigante señal, tanto extraterrestres (escudriñando posibles fuentes en la Vía Láctea) como terrestres (desde las señales provenientes de la ciudad de New York hasta el excremento de un par de palomas que habían nidificado en la antena). No encontraron ninguna explicación para la persistente señal uniforme e invariable que encontraban apuntasen donde apuntasen su radiotelescopio, una radiación que correspondía a una temperatura de 2,725 Kelvin.

 

Penzias y Wilson

En esa época el modelo cosmológico que explica el origen del universo a partir de una explosión inicial (“Big Bang”) competía en desventaja frente a la teoría del estado continuo, el llamado “modelo estacionario”. Según este modelo cosmológico el universo no tuvo principio ni tendrá fin, lo que se observa ahora es lo mismo que se observó antes y lo mismo que se observará siempre. ¿Cómo se condice esto con la expansión del universo, comprobada por Edwin Hubble cuando descubrió que la velocidad con que las galaxias se alejan en todas direcciones es proporcional a la distancia en que se encuentran del observador? La teoría del estado continuo dice que, así como a medida que la expansión del universo aumenta disminuye la densidad de la materia, se crea nueva materia que compensa la disminución (se calculó que se debe crear un átomo de H por Km3 por siglo). Esta nueva materia se crea de la nada.
Esta teoría se adaptaba muy bien a los datos proporcionados por la observación de ese entonces. También resolvía un problema filosófico primordial. Las explicaciones creacionistas del universo eran resistidas por la filosofía griega y romana. Al concebir a Dios, o a los dioses, como seres perfectos, éstos no podían estar sujetos a cambios, cambios que eran propios del mundo de los mortales, dominado por la necesidad y la materia. Si el universo era creado, debió existir un periodo de tiempo en el que no existía (el tiempo era considerado como algo ajeno a la materia, porque todavía no había nacido Einstein) y luego los dioses decidieron que existiera. Pero los dioses no podían haber actuado por capricho, y motivos para crear el universo no tenían. El cristianismo pudo soslayar la cuestión porque siempre predicó un Dios que puede tomar decisiones cuando le place sin rebajar su majestad. Pero, creamos o no en Dios, el motivo del comienzo de la existencia del universo sigue siendo un enigma filosófico que se soluciona con un universo eterno e increado. Ciertos filósofos platónicos creían en la creación constante del universo por parte de Dios, la versión religiosa del modelo estacionario.
Pero la cómoda explicación del modelo estacionario empezó a tambalear al descubrirse los primeros quasares. Los quasares (agujeros negros súper masivos en el centro de algunas galaxias) son muy lejanos, a medida que se observa más allá en el espacio su número aumenta y luego comienza a disminuir (formando como una nube). Esto demostraría que el universo no fue siempre igual.

 

Observaciones obtenidas por los satélites COBE y WMAP

Objetos de Espacio Profundo: Las Estrellas

Por Mariano Andrés Peter

Las Pléyades en Tauro, uno de los cúmulos estelares más conocidos

"Tengo… una terrible necesidad… ¿diré la palabra?… de religión. Entonces salgo por la noche y pinto las estrellas".                                                                                                                               

Vincent van Gogh

De todos los objetos de espacio profundo, las estrellas son las más notorias ya que por la luminosidad que poseen, al menos las más cercanas y brillantes, son claramente visibles aún desde las grandes e iluminadas ciudades.
Los antiguos también las observaron y estudiaron, de ello dependía la elaboración de los respectivos calendarios que marcaban las temporadas de siembra y cosecha. Las estrellas fueron también veneradas como dioses, ya sea en forma individual (como la estrella Sirio) o agrupadas en patrones que hoy conocemos como constelaciones (Orión es un buen ejemplo).

Por Mariano Andrés Peter

Las Pléyades en Tauro, uno de los cúmulos estelares más conocidos

"Tengo… una terrible necesidad… ¿diré la palabra?… de religión. Entonces salgo por la noche y pinto las estrellas".                                                                                                                               

Vincent van Gogh

De todos los objetos de espacio profundo, las estrellas son las más notorias ya que por la luminosidad que poseen, al menos las más cercanas y brillantes, son claramente visibles aún desde las grandes e iluminadas ciudades.
Los antiguos también las observaron y estudiaron, de ello dependía la elaboración de los respectivos calendarios que marcaban las temporadas de siembra y cosecha. Las estrellas fueron también veneradas como dioses, ya sea en forma individual (como la estrella Sirio) o agrupadas en patrones que hoy conocemos como constelaciones (Orión es un buen ejemplo).

 

Utilizando contelaciones como la Cruz del Sur se pueden ubicar los puntos cardinales

En tiempos en los que no existía la brújula, las estrellas guiaban a los viajeros por mar y tierra.
Más de sesenta naciones han colocado figuras de estrellas en sus respectivas banderas.
En una noche oscura y alejada de las luces de las ciudades, podemos observar a simple vista tan solo un puñado de miles de estrellas que son las más cercanas y brillantes. Sin embargo el número total de estrellas existentes es infinitamente superior, se calcula que por cada grano de arena que hay en nuestro planeta, hay un millón de estrellas en el Universo.
Las estrellas no son otra cosa que enormes esferas de gas incandescente formadas a partir de la acreción de grandes cantidades de gas y polvo en el interior de las nebulosas. Están constituidas principalmente de hidrógeno y helio. Los demás elementos químicos que existen en el Universo se generan a partir de un proceso de fusión nuclear en el núcleo candente de las estrellas. Es esta fusión nuclear la que genera la luz y el calor estelar.

 

La bandera de Panamá es una de las tantas que poseen figuras de estrellas

Los astrónomos designan la luminosidad de una estrella en luz visible por su magnitud aparente. La magnitud de la estrella más pálida que se puede ver a simple vista es de 6. La mayoría de las estrellas más luminosas se enumeran de 5 a 0 y cada diferencia equivale a un salto de luminosidad de 2.512 veces.
Además del Sol, hay cuatro estrellas que superan la magnitud 0, su magnitud es negativa. Ellas son: Alfa Centauri (-0,01), Arturo (-0,94), Canopus (-0,7) y Sirio (-1,5).
Pero la magnitud aparente no nos dice cual es la verdadera luminosidad de las estrellas ya que estas se encuentran a diferentes distancias de la Tierra.
Para saber la luminosidad verdadera de una estrella es preciso conocer la magnitud absoluta, que se mide calculando cual sería el brillo de una estrella a 32,6 años luz de nuestro planeta. Por cercanía, el Sol presenta una magnitud aparente de -26,7 pero su magnitud absoluta es de 4,8.

 

El Sol, la estrella más cercana

Existen distintos tipos de estrellas. Las gigantes azules son colosales, tienen por lo menos diez veces la masa del Sol. Son azules porque generan las temperaturas más elevadas de todas las estrellas. Tan calientes son, que si la Tierra orbitara una de ellas, debería hacerlo mucho más allá de la órbita de Plutón para mantener la vida.
Estas estrellas consumen muy rápido su combustible nuclear, el hidrógeno, razón por la cual solo existen por unos pocos millones de años. Rigel, en la constelación de Orión, es una de las gigantes azules más brillantes del cielo nocturno.

 

Representación de la supergigante roja Betelgeuse en comparación con el sistema solar

También están las gigantes rojas, estrellas viejas y frías que están a punto de estallar. Son tan grandes que si una de ellas sustituyera al Sol, su diámetro rebasaría las órbitas de muchos de los planetas del sistema solar. Antares en Escorpio por ej. es tan grande que podría sobrepasar la órbita de Saturno.
Las estrellas amarillas como nuestro Sol, están en una etapa intermedia de su vida. Consumen lentamente su combustible nuclear y esto les permite arder por varios miles de millones de años. Son estrellas pequeñas y ordinarias.

 

Gráfico de la secuencia principal

Exobiología: La Teoría de Panspermia

Por Mariano Andrés Peter y Silvia Mónica Gutiérrez

 

“La naturaleza de la vida en la Tierra y la búsqueda de vida en otras partes son dos aspectos de una misma pregunta, la búsqueda de lo que somos”.
Carl Sagan

La teoría de la panspermia es la hipótesis que afirma que las semillas de la vida aparecida en la Tierra no surgió aquí, sino en otros lugares del Universo, y que llego a nuestro planeta utilizando los meteoritos y los asteroides como forma de desplazarse de un planeta a otro.
Estas ideas tienen su origen en algunas de las consideraciones del filósofo griego Anaxágoras, pero el término fue acuñado por el biólogo alemán Hermann Ritcher en 1865, usando el griego pan: todo y spermia: semillas. Panspermia se refiere a que la tierra estaría llena de semillas de todo tipo, esperando las condiciones necesarias para germinar.  Fue en 1908 cuando el químico sueco Svante August Arrhenius usó la palabra panspermia para explicar el comienzo de la vida en la Tierra.

Los cometas transportan agua y moléculas orgánicas por el Universo

En la actualidad, la teoría de panspermia tiene tres variantes a saber:
Panspermia Planetaria: Teoría que sugiere que la vida en la Tierra se origino en otro cuerpo del sistema solar, como Marte, y llego a nuestro planeta en el interior de un meteorito.
Panspermia Estelar: Teoría que sugiere que la vida en la Tierra se origino más allá del sistema solar, en las nebulosas o en otros sistemas planetarios y llego a nuestro planeta en el interior de cometas procedentes de esos distantes lugares del Universo.
Panspermia Dirigida: Teoría que sugiere que la vida en la Tierra se origino a causa de microorganismos enviados deliberadamente en el interior de cápsulas espaciales por civilizaciones extraterrestres con el objetivo de sembrar la vida por el Universo.

 

La Tierra en sus comienzos

La Tierra, como los demás planetas del sistema solar, se formo hace 4.600 millones de años a partir de una inmensa nube interestelar de gas y polvo que previamente había dado origen al Sol y que fue el resultado del estallido de una antigua supernova.
Luego de soportar una poderosa colisión con un mundo del tamaño de Marte que casi la destruye y dio origen a la Luna, la joven Tierra comenzó a desarrollar, hace 4.000 millones de años, una densa atmósfera rica en gases tales como dióxido de carbono, nitrógeno, monóxido de carbono, amoníaco, metano, vapor de agua, etc. Tales gases eran expulsados por numerosos y enormes volcanes que sacudían violentamente la corteza del planeta.
Este escenario se mantuvo por cientos de millones de años más. Un planeta tan convulsionado era absolutamente inapropiado para el surgimiento de la vida.

 

Formación de la atmósfera terrestre

Fundamentalmente hay dos corrientes de opinión. La primera apuesta por que surgió como consecuencia de las reacciones químicas engendradas en los primeros tiempos del planeta, mientras que otros postulan que los ladrillos de la vida se originaron fuera de la Tierra y llegaron aquí a través del espacio, esta última teoría se conoce como panspermia.
Con seguridad, las primeras formas de vida habrían surgido lentamente en los mares y lagos primitivos, mucho tiempo después de la caótica etapa de vulcanismo y de impactos meteoríticos que marco a fuego la historia del planeta en sus comienzos.
Sin embargo, a medida que se avanzaba en el estudio del registro fósil, los científicos se dieron cuenta de que algo no encajaba con lo que creían saber acerca del origen de la vida en nuestro planeta. La vida parecía haber evolucionado mucho antes de lo que se pensaba, poco tiempo después de que finalizara la etapa formativa de la Tierra, hace 3.600 millones de años aproximadamente.
¿Cómo podía ser posible que un proceso bioquímico tan complejo y que en teoría debía tardar varios cientos de millones de años mas, se hubiera completado tan pronto dando origen a los primeros organismos unicelulares? Esta era una cuestión que demandaba una explicación inmediata.

 

El astrónomo Chandra Wickramasinghe

Durante la década de los `70, el astrónomo británico Fred Hoyle, famoso por sus estudios sobre las reacciones termonucleares en el interior de la estrellas, echó a perder su considerable reputación al proponer la idea de que esporas portadoras de la vida quizás podían viajar a la deriva por el espacio.
Trabajando con Chandra Wickramasinghe, un astrónomo de la India experto en cometas, comenzaron a desarrollar la teoría de que tal vez el 80% del polvo interestelar estaría compuesto de células de algas y bacterias que podían llegar a trasladarse de planeta en planeta.
Al mismo tiempo, Francis Crick, el descifrador del código del ADN y el químico Leslie Orgel ofrecieron una variante de esta teoría al proponer en 1973, que una civilización extraterrestre muy avanzada podría haber sembrado deliberadamente las semillas de la vida por toda la galaxia, enviando cápsulas con bacterias en su interior para protegerlas de la radiación mortal de las estrellas.
La idea de que la vida provino de alguna manera del espacio no era nueva, ya había sido propuesta por renombrados científicos durante el siglo diecinueve y principios del siglo veinte.

 

Representación de una molécula orgánica

Hermann von Helmholtz, respetado científico alemán, pensaba que las moléculas orgánicas, compuestos de carbono que constituyen los seres vivos, habían llegado a la Tierra a bordo de cometas y meteoritos.
William Thomsom, físico británico, comento en una charla dirigida a la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia en 1871, que la hipótesis de que la vida se originó en la Tierra a través de fragmentos procedentes de ruinas de otros mundos y que luego crecieron en pantanos, puede parecer tosca y visionaria. Dijo además que esta idea no podía ser entendida como no científica.
Ya en 1908 el químico sueco Svante Arrhenius, ganador del premio Nobel por sus estudios sobre las reacciones químicas, publico el libro Worlds in the Making, totalmente dedicado a la noción de que la Tierra fue sembrada de semillas provenientes del espacio exterior. Formas de vida simples, como las bacterias, podrían haber escapado de mundos con vida y haber viajado a la deriva por el cosmos llevando la chispa vital de planeta en planeta.

 

Las bacterias son las formas de vida más resistentes que existen

Al igual que todos estos científicos, Hoyle y Wickramasinghe también  fueron duramente criticados por gran parte de la comunidad científica, pero eso fue cambiando a medida que se avanzaba tanto en el estudio de los cometas y meteoritos como de los organismos unicelulares.
Cuando a finales de 1985 el cometa Halley se acerco a la Tierra, una armada de sondas espaciales de diferentes países lo esperaban para fotografiarlo y para analizar su composición química.
Fue así que se halló la presencia de una molécula orgánica llamada cianógeno, compuesta por un átomo de carbono y otro de hidrógeno, que se forma cuando se descomponen moléculas de carbono más complejas llamadas polímeros, al calentarse el cometa por su cercanía con el Sol.

 

Imagen cercana del cometa Halley

Polímeros como el formaldehído, tuvieron un rol fundamental en la formación de aminoácidos e hidratos de carbono necesarios para la vida en la Tierra.
Este tipo de moléculas orgánicas también han sido encontradas en meteoritos como el que cayó en Murchinson, Australia, en 1969. En su interior se hallaron uracilo y xantina, dos precursores de las moléculas que configuran el ARN y el ADN.
En 1983 se encontró en la Antártida un meteorito proveniente del planeta Marte. Conocido como ALH84001, contiene en su interior estructuras que parecen ser bacterias fosilizadas además de compuestos químicos orgánicos asociados a las bacterias.

 

Meteorito marciano ALH84001

Este descubrimiento llevó a varios científicos a pensar en la posibilidad de que la vida en la Tierra tuvo su origen en Marte, cuando bacterias atrapadas en el interior de rocas marcianas desprendidas a causa de grandes impactos de asteroides y cometas, llegaron a nuestro planeta luego de haber vagado por miles de años en el sistema solar.
Pero, ¿pueden los organismos unicelulares soportar viajes por el Universo en condiciones de calor y frío extremos, radiación de las estrellas y la reentrada a las atmósferas planetarias? La lógica nos indicaría que eso es imposible, sin embargo, se ha podido demostrar que las bacterias son mucho más resistentes de lo que podíamos llegar a imaginarnos previamente.

 

Fumarola de gases tóxicos en el fondo oceánico

Existen microorganismos llamados extremófilos, que pueden habitar en condiciones extremas de frío, calor, radiación, acidez, oscuridad y presión.
Se han hallado bacterias extremófilas en lugares tan hostiles como las fuentes termales, donde el agua emerge de las entrañas del planeta a temperaturas de ebullición y con un altísimo grado de acidez, en lo abismos oceánicos, donde la presión resulta aplastante para la mayoría de los organismos, en oscuridad permanente, con emanaciones de gases tóxicos y corrosivos y con temperaturas muy bajas.
También se pueden encontrar bacterias en el interior de las rocas debajo de la superficie terrestre, en el hielo de las regiones polares y en la atmósfera a altitudes de más de 40 km.

 

Meteorito caído en Murchinson, Australia en 1969

Bacterias como el streptococcus mitis que fueron llevadas a la Luna por accidente en la sonda Surveyor 3 en 1967, pudieron ser revividas sin dificultad cuando llegaron de vuelta a la Tierra tres años después, tiempo en el que estuvieron expuestas a los extremos de frío y calor como así también al vacío y la radiación espacial.
En los últimos años, los científicos han comenzado a estudiar a un grupo de bacterias llamadas arqueas. Estos organismos microscópicos han demostrado una increíble capacidad de supervivencia al ser expuestos a todos los elementos hostiles del medio interestelar. Cuando las condiciones ambientales se tornan peligrosas, las arqueas entran en un estado de hibernación que puede durar miles o millones de años. Al parecer forman una especie de capullo de proteínas que resguarda su ADN y les permite resistir hasta que las condiciones vuelvan a ser las adecuadas como para despertar y comenzar nuevamente con el ciclo vital.

 

Abeja de 25 millones de años atrapada en ámbar

En 1996, científicos estadounidenses pudieron extraer bacterias del interior de una abeja atrapada en ámbar hace 25 millones de años. Estas bacterias estuvieron aletargadas durante todo ese período y al tomar contacto con el aire, reiniciaron sus funciones vitales.
Todo esto ha llevado a pensar a científicos como Chandra Wickramasinghe, que los cometas, asteroides y meteoritos pudieron aportar, no solo una buena parte del agua y de los compuestos químicos básicos para la vida, sino también los primeros organismos unicelulares a partir de los cuales se dio inicio al proceso evolutivo y que en última instancia, dio origen al ser humano.

 

Marte, el planeta más parecido a la Tierra

Si el interior de los cometas fuera acuoso, como muchos científicos opinan en la actualidad, sería un hábitat ideal para todo tipo de bacterias, que estarían protegidas de las temperaturas extremas y de la radiación estelar. Viajarían entre las estrellas y de vez en cuando chocarían con planetas, algunos de los cuales tendrían las condiciones necesarias para desarrollar un proceso evolutivo hacia formas de vida más complejas que podrían culminar, porque no, con seres inteligentes.
También está la posibilidad de que meteoritos marcianos portadores de bacterias hallan caído en la Tierra primitiva, colonizándola y dando origen a la enorme diversidad biológica que hoy conocemos. Si estas hipótesis son correctas, los humanos seríamos los descendientes de los extraterrestres que tanto hemos buscado y con los que tanto hemos soñado a lo largo de la historia.

Mariano Andrés Peter, coordinador del Observatorio de Oro Verde – AEA
Silvia Mónica Gutiérrez, especialista en Astrofísica – AEA

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El día que los egipcios descubrieron el calendario solar

Por Gustavo Blettler

Los egipcios, como casi todos los pueblos, utilizaron en los albores de su civilización un calendario lunar. Seguir el movimiento de la luna a través del cielo y sus cambios es fácil, pues la luna cambia de forma regular y visible; solo debemos contar los días que pasan desde el momento en que la luna cambia de fase (por ejemplo el tiempo transcurrido entre una luna nueva y la siguiente). Esta operación nos dará como resultado un año de 360 días (12 lunas X 30 días).

El problema es que las estaciones, los momentos óptimos para la siembra, las crecidas del río Nilo y los tiempos de navegación dependen del ciclo solar, no del lunar; por tanto si utilizamos un calendario lunar, este será fácil de utilizar pero no tendrá la precisión del calendario solar y rápidamente quedará desfasado.

Por Gustavo Blettler

Los egipcios, como casi todos los pueblos, utilizaron en los albores de su civilización un calendario lunar. Seguir el movimiento de la luna a través del cielo y sus cambios es fácil, pues la luna cambia de forma regular y visible; solo debemos contar los días que pasan desde el momento en que la luna cambia de fase (por ejemplo el tiempo transcurrido entre una luna nueva y la siguiente). Esta operación nos dará como resultado un año de 360 días (12 lunas X 30 días).

El problema es que las estaciones, los momentos óptimos para la siembra, las crecidas del río Nilo y los tiempos de navegación dependen del ciclo solar, no del lunar; por tanto si utilizamos un calendario lunar, este será fácil de utilizar pero no tendrá la precisión del calendario solar y rápidamente quedará desfasado.

 

Sirio, la estrella más importante para los egipcios

Un pueblo con planificación y economía agrícola como el egipcio dependía en forma determinante del cálculo correcto de estas fechas. Su supervivencia misma estaba en manos de ello.    

Para el clero (monjes – científicos) egipcios era necesario entonces, encontrar un sistema tal que perita calcular con precisión el largo del año.

Los astrónomos egipcios examinaron el cielo con mucha atención y determinaron que
solo en dos momentos el sol se muestra ante nuestra vista lo suficientemente débil como para permitir la observación de las estrellas que lo rodean sin ser opacadas por su brillo, estos momentos son, por supuesto, el amanecer y el atardecer.   

Entonces, si nos ubicamos en una posición fija y observamos todos los días el amanecer  durante un período prolongado notaremos dos cosas: en primer lugar que el sol se mueve (aparentemente) entre las estrellas, pero estas permanecen inmóviles entre si, como un telón de fondo a la danza del sol sobre el horizonte. Además, observaremos que el sol parece desplazarse del Este al Norte, luego del Norte retornará lentamente al Este, seguirá rumbo al Sur, para finalmente retornar al Este. Es decir dibujara sobre el horizonte un compás en torno al Este.

Si somos los suficientemente cuidadosos y marcamos los puntos más extremos de este movimiento, uno de ellos se ubicará al Noreste y el opuesto estará al Sureste. En el primer caso cuando marquemos el registro hará calor y a este punto se le llama Solsticio de verano del Hemisferio Norte. En el segundo caso las temperaturas serán frescas y tendremos el Solsticio de invierno del Hemisferio Norte. Finalmente dividimos por la mitad el área cubierta por estos puntos extremos y tendremos los dos Equinoccios (Equinoccio de primavera y Equinoccio de otoño).

Estos datos podrían ser marcados sobre el suelo y trasladados posteriormente a construcciones grandes que permitieran celebrar el “renacimiento del sol”; con toda probabilidad este es el modo en que surgieron los grandes observatorios astronómicos del mundo antiguo, como el observatorio solar de Goseck de una antigüedad de 7.000 años o Stonehenge de 5.000 años.

El tiempo transcurrido para que el sol “volviera” a un mismo punto cualquiera de su recorrido (por ejemplo el Solsticio de verano) era de 365 días. Este descubrimiento permitió determinar que el “desfasaje de la luna respecto del sol podría solucionarse con la adicción de 5 días (360 + 5 = 365 días).

Lamentablemente el viejo calendario lunar no pudo ser “emparchado” para adecuarlo al solar; porque si adicionamos al ciclo lunar los 5 días de desfasaje respecto al ciclo solar, al finalizar la doceava luna (360 días), empezaría el año siguiente con la luna en cuarto creciente (no en luna nueva) y desplazaría todas las fases. Y la confusión reinante impediría su aplicación práctica.

En este momento, los egipcios habían demostrado lo obsoleto del calendario lunar y la necesidad de reemplazarlo por un calendario solar de 365 días.

¡Y este fue el calendario utilizado por los egipcios a lo largo de 3.000 años de civilización!

Los egipcios habían logrado un avance tecnológico extraordinario, poseer un calendario solar les confería grandes ventajas productivas y comerciales respecto a los demás pueblos de la antigüedad.

  

Ubicación de Sirio en la constelación del Can Mayor

Pero los sacerdotes aún no se ponían de acuerdo sobre cual de los 365 días sería considerado el primero, el inicio del año. Una vez señalado ese día sería muy fácil para cualquiera iniciar una secuencia que culminaría a los 365 días para dar comienzo al próximo año. Consideraban que lo ideal sería un día sagrado para darle la trascendencia que merecía, significativo para el pueblo y fácil de identificar por cualquier observador.