En 1977 los científicos de la NASA lanzaron al espacio una cápsula del tiempo que contenía las ondas cerebrales y los latidos cardiacos de una joven enamorada a la que dos días antes se había declarado Carl Sagan.
La serie documental “Cosmos: un viaje personal” se estrenó en 1980 y fue presentada por el científico estadounidense Carl Sagan (1934-1996). Los trece capítulos representaron un punto de inflexión para la televisión científica y el programa fue visto por unos cuatrocientos millones de personas de sesenta países.
Una de los tres guionistas de aquella famosa serie de televisión fue Ann Druyan (1949), escritora y realizadora neoyorquina. Carl Sagan contó con ella en la selección de los mensajes de música e imágenes que se incluirían en el Disco de Oro que, a modo de botella cósmica, viajaría dentro de las sondas Voyager 1 y Voyager 2, que se lanzaron en 1977.
Durante el proyecto Ann -una joven de veintisiete años- discrepó en algunos aspectos con Sagan, ya que para ella no era suficiente explicar intelectualmente a un alienígena qué era la Tierra, sino que había que llegar hasta la esencia más profunda del ser humano.
Fueron durante estas conversaciones cuando el equipo de sabios decidió incluir los pensamientos del ser humano en el disco fonográfico de las sondas. Ahora bien, ¿cómo? A través de un patrón electroencefalográfico y los latidos cardiacos.
Un mensaje de amor
El equipo de científicos decidió que Druyan sería la persona que se sometería al estudio de las ondas cerebrales y que su registro sería lanzado al espacio. La fecha elegida para la grabación fue el 3 de junio de 1977. La joven escritora estableció una hoja de ruta para mantenerse fría y que sus pensamientos se encaminaran hacia la cultura, el arte y la historia.
Lo que no podía imaginar es lo que sucedería dos días antes de la grabación. Recibió la llamada telefónica de Sagan, con el que no había tenido ningún momento romántico previo, declarándose como un adolescente enamorado y pidiéndola el matrimonio. Druyan se había fijado en el científico durante los preparativos del proyecto y sus sentimientos corrían parejos a los de Sagan. Aquella llamada telefónica se formalizó meses después en un matrimonio, el tercero del divulgador científico.
Durante la grabación los ecos de la llamada telefónica resonaron en el cerebro de aquella joven de veintisiete años, de forma que se registraron las ondas cerebrales de una mujer enamorada. El tarareo de un cerebro enamorado sigue flotando en el espacio cuarenta años después.
Algún tiempo después la propia Druyan llegó a afirmar: “mis sentimientos de mujer de veintisiete años, locamente enamorada, están en ese disco”. ¿Hay algo que refleje mejor la esencia del ser humano que el amor? Probablemente, no.
Ni la muerte de Carl Sagan ni los kilómetros recorridos por la sonda Voyager pueden borrar las ondas electroencefalográficas de aquel 1 de junio de 1977. ¿Se podría decir, con cierta ironía, que esto es el amor eterno?
La esencia humana
La respuesta a la pregunta que se planteó Druyan llegó en el año 2001. La revista científica Brain publicó un artículo de un grupo de científicos estadounidenses que habían tratado de determinar la zona del cerebro en la que se produce la comprensión de los procesos mentales y permite explicar la esencia del ser humano. Es la zona que da lugar a la capacidad que tenemos para comprender el humor, la ironía, el sarcasmo y sentir empatía y simpatía.
Según estos investigadores la esencia de nosotros se encuentra en los lóbulos frontales del cerebro, concretamente en un área muy pequeña, denominada córtex prefrontal derecho.
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.
Fuente: ABC