Si la primera carrera espacial solo tuvo como actores a EE.UU. y la URSS, ahora se suman China, India e Israel.
El presidente norteamericano Donald Trump ha presentado recientemente los planes de NASA para regresar a la Luna, esta vez, supuestamente, de manera definitiva. ¿Por qué ahora, qué países tienen la capacidad, qué implica y bajo qué premisas debe producirse ese regreso?
Si la primera carrera espacial solo tuvo como actores a EE.UU y la extinta Unión Soviética, en la actualidad asistimos a un nuevo despliegue de declaraciones y misiones que, además de estos dos países (con Rusia como heredera de la URSS), incluye a un organismo internacional (la Agencia Espacial Europea), China, la India y, sorprendentemente, Israel. Nuevos competidores de carácter comercial se acercan también a la línea de salida.
Artemis, la ambición americana
La Agencia Espacial Norteamericana (NASA) ha anunciado un ambicioso programa que incluye misiones humanas a la superficie lunar, una estación de tránsito y, en un futuro más lejano, la exploración marciana. Esta iniciativa, bautizada como Artemis, incluye la llegada de una mujer a la superficie de nuestro satélite en el 2024 y misiones anuales. El objetivo es el polo sur lunar, donde se piensa que existe una cantidad considerable de agua helada, indispensable para la el desarrollo sostenible de las bases permanentes y para el subsecuente salto hacia Marte.
Los objetivos de Artemis son eminentemente prácticos:
– Probar y demostrar tecnologías con un marcado contenido comercial en su desarrollo.
– Garantizar el liderazgo norteamericano, lo que incluye la expansión del impacto económico.
– Ampliar el número de socios comerciales.
– Servir como inspiración a futuras generaciones para que orienten sus carreras hacia áreas científicas y tecnológicas.
Son tres las misiones planeadas. Se prevé que Artemis 1, sin tripulación, orbite alrededor de la Luna durante 10 días en 2020-2021. Artemis 2, ya con astronautas a bordo, sobrevolará a unos 8 900 km de la superficie en el 2022-2023. Los primeros seres humanos volverán a hollar la superficie lunar en el 2024 con Artemis 3. Entre 2025 y 2028 se han propuesto lanzamientos anuales tripulados, que permitirían la demostración de diferentes tecnologías in situ.
La Nasa estima que el programa tendría un coste de entre 20.000 y 30.000 millones de dólares. Sin embargo, solo el nuevo telescopio espacial JWST ha superado los 10.000 millones, tras 10 años de retraso. En la exploración espacial es necesario una buena dosis de realismo, objetivos bien definidos y mucha paciencia.
China, Israel, India y Europa
China posee un potente programa espacial caracterizado por su consistente visión a largo plazo (ausente en los vaivenes políticos occidentales, especialmente en el caso de España) y por cierta opacidad (actitud opuesta a los anuncios, a veces prematuros, que se pueden encontrar en EE.UU).
Ya ha colocado dos vehículos en la superficie de la Luna. El último, denominado Yutu 2 («Conejo de Jade 2») en el 2019, con la misión Chang’e 4. El programa prevé el retorno de muestras con Chang’e 5 y 6, y exploraciones sistemáticas del polo sur y de las tecnologías necesarias para la construcción de una base con Chang’e 7 y 8.
Israel, en una iniciativa privada, y la India, con Chandrayaan-2 y la sonda Vikram, han intentado aterrizajes controlados este mismo año. Los fallos muestran las inmensas dificultades tecnológicas pero también la voluntad de otros organismos por acceder a los recursos lunares.
Las empresas norteamericanas Blue Origins y SpaceX anuncian misiones, a la vez que Nasa ha seleccionado a las compañías Astrobotic, Intuitive Machines y OrbitBeyond para el envío de instrumentos científicos y demostradores tecnológicos a la Luna en misiones robóticas.
La Agencia Espacial Europea ha desarrollado su propio programa de exploración, poniendo el énfasis en la cooperación internacional. Los objetivos para los próximos 10 años incluyen: el análisis de muestras, la caracterización del agua de los polos y otros componentes volátiles, el despliegue de instrumentos geofísicos y astronómicos, la caracterización del ambiente, incluyendo el efecto sobre la biología, y la identificación de posibles recursos.
¿Ciencia, explotación o prestigio?
Ante este despliegue de misiones cabe preguntarse cuál es verdadero objetivo de las naciones y organismos involucrados. La exploración lunar puede producir una información científica crucial, ya que solo conocemos de manera somera el mecanismo que dio lugar a la formación de nuestro satélite, posiblemente debida al impacto con un hipotético protoplaneta del tamaño aproximado de Marte, denominado Theia.
Nueve han sido las misiones que han traído muestras a la Tierra: las seis Apolo, con menos de 400 kilos, y tres soviéticas, con otro medio kilo. Otras 14 localizaciones han sido visitadas por naves robóticas. Debido a que la Luna contiene más información acerca de la formación e historia del Sistema Solar que la propia Tierra, su estudio nos permite remontarnos en el tiempo, pero es necesario ampliar las áreas estudiadas.
Por tanto, un programa sistemático, a largo plazo, es indispensable. Por otra parte, el envío de seres humanos es una decisión política y, posiblemente, una exploración robótica sería mucho más eficiente, rápida y de mucho menor riesgo. Esta es una evaluación que no se ha producido.
La Luna contiene diversos recursos de gran interés, como podría ser helio-3, un isótopo ligero de dos protones y un neutrón, que se podría usar como una fuente de energía de fusión. En cualquier caso, la viabilidad de la explotación comercial está por demostrar y que sea éticamente aceptable requiere un debate mucho más amplio.
Sea como fuere, las reclamaciones territoriales de los diversos cuerpos celestes están prohibidas por tratado internacional y, por tanto, existen numerosos problemas de carácter legal para la explotación comercial, a pesar de que el Senado norteamericano dio la luz verde en el 2016.
La exploración de la Luna y otros cuerpos del Sistema Solar presenta grandes desafíos científicos, tecnológicos y humanos. También es una de las grandes epopeyas de la humanidad. Puede convertirse en motivo de conflicto o en una palanca que refuerce la cooperación internacional. Será responsabilidad de todos, políticos, científicos, tecnólogos y ciudadanos, que esta fascinante aventura saque lo mejor de nosotros y se realice en beneficio de todos los seres humanos.
David Barrado Navascués es profesor de Investigación Astrofísica, Centro de Astrobiología INTA-CSIC
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
Fuente: ABC