La misión no será la primera de ida y vuelta a un asteroide. La sonda japonesa Hayabusa aterrizó en 2005 en el asteroide Itokawa. Regresó cinco años más tarde con muestras que demostraron que el origen de la mayoría de los meteoritos que caen a la Tierra son, precisamente, asteroides como Itokawa, rocosos de tipo S. En esta ocasión, la NASA espera recoger entre 60 y 2.000 gramos de Bennu para, idealmente, encontrar moléculas orgánicas, como aminoácidos, los ladrillos que pudieron originar la vida en la Tierra hace unos 4.000 millones de años.
La sonda OSIRIS-REx, de unas dos toneladas, llegará al asteroide Bennu en 2018. Los responsables de la misión decidirán el punto de toma de muestras tras mapear su superficie. El brazo robótico de la misión recogerá el material. Será una especie de cápsula del tiempo de los primeros momentos del Sistema Solar, que será analizada, si todo sale bien, a su vuelta a la Tierra en 2023.
La misión de la NASA tiene además otro objetivo: aprender a extraer minerales de asteroides. En 2013, la agencia espacial estadounidense recordó que “para satisfacer el apetito de la civilización” las empresas mineras están explorando nuevas fronteras, abriendo minas a kilómetros bajo tierra o incluso en el fondo del océano. Los asteroides están preñados de metales preciosos.
“Un pequeño asteroide de tipo S, de 10 metros, contiene unos 650.000 kilogramos de metal, con unos 50 kilogramos de platino y oro”, declaró entonces Dante Lauretta, investigador de la Universidad de Arizona y jefe científico de la misión. Otros asteroides, de tipo M, pueden multiplicar estas cantidades por 10. Pero hay varios obstáculos para la minería espacial. El primero es que no es rentable. La misión OSIRIS-REx costará unos 870 millones de euros. Otra dificultad es que se requiere experiencia para analizar los recursos de un asteroide y extraerlos. La sonda a Bennu ayudará a solucionar ese problema.
Donnelly, el jefe de la misión, reconoce multitud de riesgos, desde los habituales del lanzamiento de un cohete a los del propio asteroide. “Bennu puede tener sus propios satélites o plumas que no hayamos visto desde la Tierra. Eso podría comprometer la capacidad para tomar muestras. No lo sabremos hasta que llegue la sonda”, señala. Los ingenieros también desconocen cómo es exactamente el asteroide y si habrá un lugar seguro para posarse. “Y, además, muchos sistemas del aparato tendrán que funcionar durante siete años para que la sonda tome la muestra, la coloque en la cápsula de regreso, abandone el asteroide y funcione en el momento exacto para que aterrice en el desierto de Utah”, añade Donnelly. “El riesgo es inherente a la exploración espacial”.
Fuente. El País