El pasado 6 de febrero, aproximadamente a las 14:00 UTC, un pequeño trozo de material interplanetario se sumergió en la atmósfera de la Tierra y explotó a 30.000 metros sobre el Océano Atlántico. La energía liberada fue equivalente a la detonación de 13.000 toneladas de TNT, haciendo de éste el más grande de estos eventos desde la explosión de Chelyabinsk (Rusia) en febrero de 2013. Por la magnitud de la explosión, la roca que entró en la atmósfera debía tener de 5 a 7 metros de de diámetro, según la estimación publicada por el experto Phil Plait en Bad Astronomy.
Si hubiera ocurrido en un área poblada, habría sacudido algunas ventanas y probablemente aterrorizado a mucha gente, pero no habría causado ningún daño real. A modo de comparación, la explosión Chelyabinsk, que fue lo suficientemente fuerte como para romper ventanas y dañar a más de 1.000 personas (debido a los cristales rotos), tuvo un rendimiento equivalente a 500.000 toneladas de TNT, 40 veces la energía de este impacto más reciente.
El evento fue reportado en la categoría de bolas de fuego, en la página de objetos cercanos cercanos a la Tierra del Jet Propulsion Laboratory de la NASA, que enumera algunos de los eventos más brillantes. Tuvo lugar a unos mil kilómetros al este de la costa de Brasil, lo que hizo muy improbable que nadie fuera testigo.
Sin embargo, la fuente de la detección no ha sido revelada. Plait considera que los militares estadounidenses pueden advertir cualquier evento de este tipo gracias a tecnología clasificada, posiblemente combinación de monitores sísmicos, observaciones por satélite y micrófonos atmosféricos.
Fuente: Europa Press