Despegue del transbordador Buran junto al cohete Energya
A primeras horas del 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov dimitió de su cargo y cedió los pocos poderes que aún retenía a Borís Yeltsin, mandatario electo de la Federación Rusa. El que fuera el primer y último presidente de la Unión Soviética liquidaba así el estado soviético. El mundo contempló atónito un hecho insólito. Nunca antes una superpotencia había desaparecido de la faz de la Tierra por decisión propia. Sin ningún conflicto externo o interno de envergadura, la URSS dejó de existir oficialmente el 31 de diciembre de 1991. El resto es historia. Pero, ¿podrían haber tomado los acontecimientos un curso distinto?
Un ejercicio de historia alternativa
En estos días que se cumplen dos décadas de la disolución de Unión Soviética, resulta interesante desde el punto de vista de la historia de la conquista del espacio imaginar un mundo alternativo en el que la URSS no hubiese desaparecido en la navidad de 1991. Porque lo cierto, y esto es lo que me parece especialmente curioso, es que la Unión Soviética se desintegró justo cuando había logrado alcanzar la cumbre de su poder espacial. A finales de los 80, la URSS tenía en marcha la estación espacial Mir, el transbordador Burán, el cohete gigante Energía y un renovado programa de sondas interplanetarias.
Rusia heredó el programa espacial de la URSS, pero la crisis económica que trajeron consigo las caóticas y contradictorias políticas de la Perestroika y los primeros años del gobierno de Yeltsin puso freno a las ambiciones espaciales del país. Otros proyectos, como el Energía-Burán, fueron simplemente abandonados. Literalmente, como atestiguan las ruinas oxidadas de los complejos de lanzamiento del Energía en Baikonur. De hecho, podemos considerar una especie de milagro que Rusia todavía mantenga un programa espacial tripulado después de la catastrófica crisis económica de finales de los 90.
Antes de nada, conviene aclarar que el objetivo de esta historia no es ensalzar la URSS o su sistema político, ni tampoco denigrarlo. No es este el lugar adecuado para llevar a cabo un análisis político de la Unión Soviética, ni tengo intención alguna de hacerlo. Se trata de un simple ejercicio mental, un juego similar al que ha realizado David F. Portree en su blog Beyond Apollo al imaginar una realidad alternativa en la que el Programa Apolo continuó existiendo hasta bien entrados los años 80.
Bases de la historia
Toda historia alternativa tiene que tener un punto de divergencia con nuestra realidad. En este caso, este punto es la prematura muerte del Secretario General del PCUS Yuri Andrópov en 1984, apenas quince meses después de ocupar su cargo. En nuestra línea temporal, el fallecimiento de Andrópov propició el ascenso al poder de Konstantín Chernenko y, posteriormente, de Mijaíl Gorbachov. Y sin un Gorbachov que iniciase las políticas de Glasnost y Perestroika, la URSS podría haber continuado existiendo un par de décadas más como mínimo. Por supuesto, podríamos haber elegido otro punto de ruptura con el presente, pero si nos remontamos hacia atrás en el tiempo habría muchas más variables en juego, lo que complicaría demasiado la historia. Por otro lado, si situamos la divergencia en una fecha más tardía, con Gorbachov ya en el poder y la Perestroika a toda máquina, los recursos económicos destinados al programa espacial serían muy probablemente bastante escasos.
Por otro lado, y para que la secuencia de acontecimientos sea mínimanente interesante, he supuesto que el nivel de enfrentamiento entre las dos superpotencias se mantendría dentro de unos límites. Es decir, sin llegar a la guerra nuclear o a un conflicto armado a gran escala. Por lo demás, y aunque obviamente todo esto no deja de ser una simple fantasía, he intentado ser lo más fiel posible a los planes espaciales soviéticos de mediados y finales de los 80. Solamente he cambiado alguna que otra fecha para que case mejor con el marco temporal. También he añadido una pequeña dosis de fallos y tragedias de forma aleatoria para darle más “realismo” al asunto. Por supuesto, cualquier sugerencia u opinión es bienvenida, así que espero los comentarios.
Con estas premisas en mente, prepárate para viajar a una realidad espacial alternativa donde la URSS no desapareció en 1991. ¿Estás preparado? Allá vamos.
Despegue del transbordador Buran junto al cohete Energya
A primeras horas del 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov dimitió de su cargo y cedió los pocos poderes que aún retenía a Borís Yeltsin, mandatario electo de la Federación Rusa. El que fuera el primer y último presidente de la Unión Soviética liquidaba así el estado soviético. El mundo contempló atónito un hecho insólito. Nunca antes una superpotencia había desaparecido de la faz de la Tierra por decisión propia. Sin ningún conflicto externo o interno de envergadura, la URSS dejó de existir oficialmente el 31 de diciembre de 1991. El resto es historia. Pero, ¿podrían haber tomado los acontecimientos un curso distinto?
Un ejercicio de historia alternativa
En estos días que se cumplen dos décadas de la disolución de Unión Soviética, resulta interesante desde el punto de vista de la historia de la conquista del espacio imaginar un mundo alternativo en el que la URSS no hubiese desaparecido en la navidad de 1991. Porque lo cierto, y esto es lo que me parece especialmente curioso, es que la Unión Soviética se desintegró justo cuando había logrado alcanzar la cumbre de su poder espacial. A finales de los 80, la URSS tenía en marcha la estación espacial Mir, el transbordador Burán, el cohete gigante Energía y un renovado programa de sondas interplanetarias.
Rusia heredó el programa espacial de la URSS, pero la crisis económica que trajeron consigo las caóticas y contradictorias políticas de la Perestroika y los primeros años del gobierno de Yeltsin puso freno a las ambiciones espaciales del país. Otros proyectos, como el Energía-Burán, fueron simplemente abandonados. Literalmente, como atestiguan las ruinas oxidadas de los complejos de lanzamiento del Energía en Baikonur. De hecho, podemos considerar una especie de milagro que Rusia todavía mantenga un programa espacial tripulado después de la catastrófica crisis económica de finales de los 90.
Antes de nada, conviene aclarar que el objetivo de esta historia no es ensalzar la URSS o su sistema político, ni tampoco denigrarlo. No es este el lugar adecuado para llevar a cabo un análisis político de la Unión Soviética, ni tengo intención alguna de hacerlo. Se trata de un simple ejercicio mental, un juego similar al que ha realizado David F. Portree en su blog Beyond Apollo al imaginar una realidad alternativa en la que el Programa Apolo continuó existiendo hasta bien entrados los años 80.
Bases de la historia
Toda historia alternativa tiene que tener un punto de divergencia con nuestra realidad. En este caso, este punto es la prematura muerte del Secretario General del PCUS Yuri Andrópov en 1984, apenas quince meses después de ocupar su cargo. En nuestra línea temporal, el fallecimiento de Andrópov propició el ascenso al poder de Konstantín Chernenko y, posteriormente, de Mijaíl Gorbachov. Y sin un Gorbachov que iniciase las políticas de Glasnost y Perestroika, la URSS podría haber continuado existiendo un par de décadas más como mínimo. Por supuesto, podríamos haber elegido otro punto de ruptura con el presente, pero si nos remontamos hacia atrás en el tiempo habría muchas más variables en juego, lo que complicaría demasiado la historia. Por otro lado, si situamos la divergencia en una fecha más tardía, con Gorbachov ya en el poder y la Perestroika a toda máquina, los recursos económicos destinados al programa espacial serían muy probablemente bastante escasos.
Por otro lado, y para que la secuencia de acontecimientos sea mínimanente interesante, he supuesto que el nivel de enfrentamiento entre las dos superpotencias se mantendría dentro de unos límites. Es decir, sin llegar a la guerra nuclear o a un conflicto armado a gran escala. Por lo demás, y aunque obviamente todo esto no deja de ser una simple fantasía, he intentado ser lo más fiel posible a los planes espaciales soviéticos de mediados y finales de los 80. Solamente he cambiado alguna que otra fecha para que case mejor con el marco temporal. También he añadido una pequeña dosis de fallos y tragedias de forma aleatoria para darle más “realismo” al asunto. Por supuesto, cualquier sugerencia u opinión es bienvenida, así que espero los comentarios.
Con estas premisas en mente, prepárate para viajar a una realidad espacial alternativa donde la URSS no desapareció en 1991. ¿Estás preparado? Allá vamos.
La URSS en el espacio 1982-1991
La llegada al poder del Secretario General Yuri Andrópov en 1982 no supuso un cambio apreciable en la política espacial de la URSS. Andrópov, un apparatchik procedente del KGB que se mostraba a favor de la línea dura contra occidente, favoreció por encima de todo la estabilidad del sistema y la continuidad con respecto a la época de Brézhnev. Los proyectos militares se llevarían el grueso de las partidas presupuestarias espaciales, con el programa Energía-Burán a la cabeza. La década de los 80 estaría marcada por el intenso enfrentamiento en el espacio entre las dos superpotencias. A lo largo de estos diez años, la prioridad para los militares soviéticos sería buscar la ansiada paridad con respecto a la iniciativa SDI (Strategic Defense Inititative) del presidente Reagan, conocida popularmente como Star Wars. Mientras el fantasma de la guerra nuclear amenazaba la civilización moderna, el espacio se perfilaba como el nuevo campo de batalla de las dos potencias. El programa espacial civil seguiría estando a cargo del Ministerio de Maquinaria General (MOM, el “ministerio del espacio”) con el imparable Serguéi Afanasiev a la cabeza.
Fuera de la URSS, las estaciones Salyut eran consideradas el caballo de batalla visible del esfuerzo espacial soviético. Las naves Soyuz y los cargueros Progress permitirían estancias en el espacio cada vez más largas. La última de las estaciones Salyut de segunda generación, la Salyut-7 (DOS-6), funcionaría sin problemas hasta 1986. Las misiones Interkosmos con cosmonautas de varias nacionalidades seguirían atrayendo el interés de los medios de comunicación de todo el planeta, aunque las autoridades soviéticas se guardaban algún que otro as propagandístico en la manga. Por ejemplo, en septiembre de 1985 la Soyuz T-15 despegó con la primera tripulación totalmente femenina de la historia, formada por Svetlana Savitskaya, Yekaterina Ivanova y Yelena Dobrokvashina
En febrero de 1986 sería lanzada la Salyut-8 (DOS-7), la primera Salyut de tercera generación. Equipada con seis puertos de atraque en vez de los dos que tenían las Salyut-6 y Salyut-7, la Salyut-8 se convertiría en la primera estación espacial permanente de la historia. En 1987 se lanzaría el módulo Kvant (37KE), seguido en 1988 de los módulos Kvant-2 (77KSD) y Kristall (77KST), cada uno de ellos con una masa de 20 toneladas. El complejo orbital Salyut-8 sería completado en 1990 al acoplarse los módulos Spektr (77KSO) y Priroda (77KSI). Para entonces, la prensa soviética pasaría a denominar al complejo espacial como Mir (”mundo” o “paz” en ruso), lo que se interpretó como un claro gesto de conciliación hacia occidente tras las negociaciones de desarme nuclear que habían tenido lugar ese mismo año.
Mientras las estaciones espaciales tipo DOS copaban los titulares, el programa Energía-Burán seguía su curso. El 15 de mayo de 1987 despegó por primera vez el cohete gigante Energía con la Skif-M, una maqueta de estación láser de combate y pieza clave de la respuesta soviética al SDI estadounidense. La URSS disponía al fin de un lanzador de gran tamaño capaz de poner en órbita más de cien toneladas en órbita baja.
Pero el objetivo principal del Energía era transportar al nuevo transbordador espacial soviético. No en vano, el programa Energía-Burán había nacido a mediados de los años 70 con el fin de contrarrestar al shuttle estadounidense y sus aplicaciones militares. El alto estado mayor soviético casi entró en pánico cuando el transbordador Discovery realizó su primera misión militar desde la base de Vandenberg en California. La STS-62A había despegado en julio de 1986 desde el complejo SLC-6 con ocho astronautas y un satélite espía a bordo, desatando todas las alarmas en la URSS. Sin embargo, en octubre de 1986 el transbordador Challenger se desintegraría durante el lanzamiento de la misión STS-61K, matando a sus ocho tripulantes y poniendo fin a los vuelos espaciales norteamericanos durante dos años. El desastre del Challenger fue visto en la URSS como una oportunidad de alcanzar a los estadounidenses en el programa de transbordadores espaciales.
En 1988 el primer transbordador operativo, la nave 1K (1.01), llegó a Baikonur para su primer lanzamiento. Aunque en un primer momento se había bautizado como Baikal, las autoridades soviéticas prefirieron cambiarle el nombre en el último momento y pasó a denominarse Burán (”tormenta de nieve”), el mismo nombre elegido para designar todo el programa en su conjunto. A principios de año, el Energía había llevado a cabo su segunda misión poniendo en órbita la Skif-D1. La Skif-D1 era una nave operativa, aunque no estaba equipada con el sistema láser.
El primer vuelo del Burán -1K1- tendría lugar el 15 de noviembre de 1988. Aunque fue una misión no tripulada, atrajo la atención de todos los medios de comunicación del mundo. Por primera vez, un transbordador espacial realizaba una misión de forma totalmente automática. El Burán permanecería tres días en órbita, durante los cuales se comprobarían los sistemas de soporte vital y se llevarían a cabo varias maniobras orbitales. Durante este primer viaje, la carga sería un módulo 37KB parecido al módulo Kvant de la Mir. El desastre del Chаllenger había demostrado que los transbordadores no eran especialmente seguros y el Burán, construido a imagen y semejanza del shuttle norteamericano, compartía muchos de los fallos de seguridad de su primo estadounidense. Como resultado, se decidió proceder con extrema cautela antes de llevar a cabo una misión tripulada.