En su obra La aparición del Brocken (1845) narra sus experiencias personales con una forma más complicada de halo, llamado precisamente “espectro de Brocken” por la montaña alemana en la que fue por primera vez observado. Se necesitan temperaturas bajas en alta montaña, tener el sol cerca del horizonte y a espaldas del observador, y al frente de éste una zona de neblina baja en la que su figura se refleja amplificada monstruosamente. Esto cuenta de su visita al Brocken: “Es una aparición solitaria en el sentido de que ama la soledad, por lo demás siempre es solitario en sus manifestaciones personales y se afirma que, en días propicios, ha revelado fuerzas suficientes como para alarmar a quienes lo insultaban (…) Te convences de que la aparición no es sino tu reflejo y, al confesarle tus más secretos sentimientos, conviertes al fantasma en un oscuro espejo simbólico que refleja a la luz del día lo que otra manera quedaría oculto para siempre”. Un contemporáneo de De Quincey, William Coleridge, peregrinó al Brocken pero no pudo observar el halo-sombra, pero en otra ocasión pudo observar un fenómeno aún más raro llamado “gloria” o “círculos de Ulloa” (por el explorador español que los registró por primera vez): a la sombra del observador se le suma un arco iris cerrado alrededor de su cabeza. La misma meditación que su amigo De Quincey lo llevó a la noción de nuestro “doble oscuro”, que encarna lo que no queremos reconocer de nuestra personalidad-una idea que desarrolló por extenso Carl Jung, noción que aparece en uno de sus poemas: “El leñador que camina hacia occidente te divisa en el valle: llevas una aureola en torno a la cabeza, te deslizas sin pasos. Eres la sombra que idolatra por sus reflejos de oro haciendo (sin saberlo) aquello que persigue”.
Como verán, los fenómenos ópticos pueden enseñarnos mucho sobre nosotros mismos. Al final de cuenta, pueden ser fenómenos extraños.
Alberto Anunziato, Dto. de Meteoros, Cometas y Meteoritos – AEA