Por Gustavo Blettler
Las pirámides de Giza, Egipto
Egipto como toda cultura ancestral guardaba una estrecha relación con el cielo. Todo lo particular y exclusivo de su cultura también la proyectaban en la bóveda estrellada.
Como siempre es conveniente comenzar por el principio, señalemos aquí que el año egipcio comenzaba con el orto helíaco de Sirio o el sepedeth como ellos lo definían. Es decir que el año se iniciaba cuando la brillante estrella Sirio aparecía por el este antes que el sol matinal. Los egipcios eligieron este momento ya que coincidía justamente con la crecida anual del Nilo.
Por Gustavo Blettler
Las pirámides de Giza, Egipto
Egipto como toda cultura ancestral guardaba una estrecha relación con el cielo. Todo lo particular y exclusivo de su cultura también la proyectaban en la bóveda estrellada.
Como siempre es conveniente comenzar por el principio, señalemos aquí que el año egipcio comenzaba con el orto helíaco de Sirio o el sepedeth como ellos lo definían. Es decir que el año se iniciaba cuando la brillante estrella Sirio aparecía por el este antes que el sol matinal. Los egipcios eligieron este momento ya que coincidía justamente con la crecida anual del Nilo.
Representación de Osiris (Orión) e Isis (Sirio)
Los egipcios eligieron este momento ya que coincidía justamente con la crecida anual del Nilo. Esta ocasión era esperada con enorme ansiedad por el pueblo, pues la magnitud de sus cosechas dependía del volumen de agua que desbordara del río. Por esta causa, la estrella Sirio se identificó con una de las diosas más importantes del panteón egipcio, la diosa Isis. Solo que en vez de representar un perro en el firmamento como nuestro Can Maioris, representaba una vaca.
Tampoco el gigante Orión era ajeno a los cielos del Nilo y con una figura más o menos parecida a la actual, recibía el nombre alternativo del dios Osiris, unas veces y Horus otras, según el “domo” o territorio desde donde se realizara la observación.
También la constelación de Bootes mantenía unos límites más o menos parecidos a los actuales, aunque los egipcios la bautizaron como Epet.
De este extraño mundo astronómico egipcio quedan hoy pocos rastros en el firmamento, ya que las constelaciones actuales tienen un origen fundamentalmente babilónico y griego. La única excepción que hoy podemos ver en el cielo de una constelación genuinamente egipcia es Ophiucus, que se ha mantenido fija en el espacio, como una ruina arqueológica o un dinosaurio celeste.
Para esta milenaria cultura las estrellas eran dioses, en unos casos y almas de los difuntos, en otros. Y a tal extremo llegaba esta asociación que dentro de la Gran Pirámide, fueron especialmente ubicados unos ductos para conducir el alma del rey de la Cámara funeraria, donde descansaban sus restos, a la estrella Sirio, como medio directo de comunicación del alma inmortal del faraón con el cielo imperecedero.
Para este pueblo, los planetas en cambio – aparentemente – no gozaron de una consideración especial; quizá su transito, continuo y errante por el firmamento despertaba suspicacias por su condición de móviles, cuando una de las características de lo inmortal e imperecedero es la inmovilidad.
Zodíaco de Dendera
Los egipcios adornaron muchas tumbas con “techos astronómicos” como es el caso de la sepultura de Sethi I en el Valle de los Reyes. En este sepulcro se representaron constelaciones y dioses justo encima de la bóveda situada sobre el sarcófago real, lo que permitiría el ascenso mágico del alma del difunto rey y su liberación entre las estrellas.
Muy cerca, en el Valle de las Reinas, en la tumba de Nefertari, también se representaron estrellas sobre el techo de la bóveda, solo que esta vez de manera uniforme y simbólica, sin formar constelaciones.
En Esna, una localidad donde se rendía culto a Cnum (el divino alfarero) se construyó un templo al dios donde fueron pintadas escenas astronómicas y un calendario que señalaba las principales festividades religiosas.
Finalmente en el templo de Dendera, se representó todo un zodíaco en una de las capillas del complejo. Actualmente esta bellísima obra de arte se encuentra en el Museo del Louvre en París, consecuencia de su descarada rapiña por parte de Napoleón. Actualmente solo una copia ocupa el lugar que corresponde al original robado por los franceses. Sobre un fondo azul pueden verse figuras de peces, cerdos, centauros, serpientes, cocodrilos y muchas figuras humanas, constituyendo el mejor ejemplo de cómo veían el cielo los antiguos egipcios.
Gustavo Blettler, especialista en Arqueoastronomía – AEA
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