El Sol emite dos llamaradas en apenas 48 horas

El Sol ha emitido su segunda llamarada solar en apenas 48 horas, según se desprende de una imagen captada este viernes por el Observatorio de Dinámica Solar (SDO, por sus siglas en inglés) de la NASA, según informa la agencia espacial estadounidense.

El Sol ha emitido su segunda llamarada solar en apenas 48 horas, según se desprende de una imagen captada este viernes por el Observatorio de Dinámica Solar (SDO, por sus siglas en inglés) de la NASA, según informa la agencia espacial estadounidense.

  En concreto, se trata de una llamarada solar de clase X1.7, considerada de las más potentes, procedente de la mancha llamada AR 1882. En la madrugada del jueves, apenas 48 horas antes, se ha registrado otra erupción de clase M9.3, de menor intensidad.

   La NASA recuerda que las llamaradas solares son explosiones de gran alcance de la radiación. A pesar de que sus efectos nocivos no pueden pasar a través de la atmósfera de la Tierra para afectar físicamente a los seres humanos, cuando son lo suficientemente intensas pueden perturbar el ambiente a la altura de los GPS y señales de comunicación, lo que puede interrumpir las señales de radio, desde minutos a horas.

Fuente: Europa Press

Más de mil planetas extrasolares se han descubierto en 20 años

Los datos recogidos por 'The Extrasolar Planets Encyclopaedia', que agrupa los datos de los planetas descubiertos fuera del Sistema Solar, determinan que dos décadas después del primer hallazgo ya se ha superado la cifra de mil planetas nuevos.

   Los investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) Hans Deeg y Roi Alonso, han señalado que desde que se descubrió el primer exoplaneta, en los años 90, la comunidad astrofísica no podía sospechar que los estudios sobre estos cuerpos constituirían uno de los pilares fundamentales de la astronomía moderna.

   Así, han explicado que los astrofísicos profesionales y numerosos aficionados de todo el mundo se han convertido en los últimos años en 'cazadores' de estos planetas. Por este motivo, los descubrimientos son constantes, a razón de uno por semana de media.

   Para poder lograr estos hallazgos se han mejorado los criterios de búsqueda. "Mientras en el sistema solar se utilizan unos criterios refinados para distinguir los planetas frente a los asteroides o los planetas 'enanos', en el caso de los exoplanetas el problema es delimitar si son planetas más masivos o estrellas con poca masa", ha apuntado Deeg." En este sentido, se define como exoplaneta cualquier cuerpo que orbita una estrella sin generar por sí mismo energía derivada de procesos termonucleares", ha añadido.

    La mayoría de los planetas extrasolares descubiertos han sido encontrados por métodos de detección indirecta, es decir, aquellos que estudian los efectos que estos planetas causan en su entorno. La luz de las estrellas sobre las que orbitan hace que no resulte nada fácil 'verlos' con métodos directos. Estas técnicas son fundamentalmente cinco: la de velocidad radial, la fotométrica, la astrometría, la cronometría de púlsares y, por último, la de microlentes gravitacionales.

   El método de la velocidad radial es una de las más usadas. De hecho es con la que se han realizado la mayoría de los descubrimientos hasta la fecha. Según ha explicado Alonso, se mide el movimiento de una estrella debido a la influencia gravitacional de un planeta orbitándolo.

Los datos recogidos por 'The Extrasolar Planets Encyclopaedia', que agrupa los datos de los planetas descubiertos fuera del Sistema Solar, determinan que dos décadas después del primer hallazgo ya se ha superado la cifra de mil planetas nuevos.

   Los investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) Hans Deeg y Roi Alonso, han señalado que desde que se descubrió el primer exoplaneta, en los años 90, la comunidad astrofísica no podía sospechar que los estudios sobre estos cuerpos constituirían uno de los pilares fundamentales de la astronomía moderna.

   Así, han explicado que los astrofísicos profesionales y numerosos aficionados de todo el mundo se han convertido en los últimos años en 'cazadores' de estos planetas. Por este motivo, los descubrimientos son constantes, a razón de uno por semana de media.

   Para poder lograr estos hallazgos se han mejorado los criterios de búsqueda. "Mientras en el sistema solar se utilizan unos criterios refinados para distinguir los planetas frente a los asteroides o los planetas 'enanos', en el caso de los exoplanetas el problema es delimitar si son planetas más masivos o estrellas con poca masa", ha apuntado Deeg." En este sentido, se define como exoplaneta cualquier cuerpo que orbita una estrella sin generar por sí mismo energía derivada de procesos termonucleares", ha añadido.

    La mayoría de los planetas extrasolares descubiertos han sido encontrados por métodos de detección indirecta, es decir, aquellos que estudian los efectos que estos planetas causan en su entorno. La luz de las estrellas sobre las que orbitan hace que no resulte nada fácil 'verlos' con métodos directos. Estas técnicas son fundamentalmente cinco: la de velocidad radial, la fotométrica, la astrometría, la cronometría de púlsares y, por último, la de microlentes gravitacionales.

   El método de la velocidad radial es una de las más usadas. De hecho es con la que se han realizado la mayoría de los descubrimientos hasta la fecha. Según ha explicado Alonso, se mide el movimiento de una estrella debido a la influencia gravitacional de un planeta orbitándolo.

En cuanto a su habitabilidad de estos planetas, los científicos han indicado que, para ser considerado como habitable, un planeta debería ser rocoso y tener una masa de entre una y 10 veces la de la Tierra. De estos se conocen ya unos cien, pero casi todos tienen temperaturas superficiales demasiado calientes para albergar vida.

   De acuerdo con Deeg, "solo unos pocos de los planetas descubiertos tienen potencial para el desarrollo de vida y éste es escaso. Ahora mismo, todavía no se conoce ningún planeta realmente similar a la Tierra", ha precisado.

PRIMEROS DESCUBRIMIENTOS

   Aunque los astrónomos suponían su existencia décadas antes, no fue hasta 1992 cuando se realizó el primer descubrimiento de varios planetas de masa terrestre que orbitaban un púlsar o una estrella de neutrones, a unos 1.000 años luz de la Tierra. En 1995 se realizó la primera detección de un planeta orbitando una estrella similar al Sol: 51 Pegasi b. Los descubridores de este gigante gaseoso tipo Júpiter fueron Michel Mayor y Didier Queloz.

   "Hay que señalar que realmente el exoplaneta más antiguo es HD 114762 b, descubierto en 1989. Pero entonces fue considerado como una estrella de baja masa. Solo en los últimos años, con los descubrimientos de otros objetos de masa similar, el HD 114762 b ha llegado a la consideración de  planeta", ha aclarado Deeg, quien ha destacado que "no obstante, fue el  descubrimiento del 51Pegasi b el que inició el rápido desarrollo de la ciencia de los planetas extrasolares".

   El descubrimiento de los primeros exoplanetas pronto motivó la puesta en marcha de misiones espaciales dedicadas a su descubrimiento y estudio. El IAC participó desde 1999 en los preparativos  del primer satélite dedicado a esta tarea: CoRoT,  una misión liderada por Francia, con la participación de España, entre otros países. Desde 2007 a 2012, durante su fase operativa, CoRoT encontró una treintena de exoplanetas -cuyos  datos siguen siendo hoy  analizados- y cientos de posibles candidatos.

   Por su parte, la misión estadounidense Kepler, desde su lanzamiento en 2009, ha detectado unos 148 planetas además de unos 2.700 candidatos a serlo. "La verificación de la naturaleza planetaria de la gran mayoría de estos candidatos será muy difícil, por lo que existe un gran debate sobre el porcentaje de planetas reales dentro de los actuales candidatos.

Fuente: Europa Press

El agujero de ozono esobre la Antártida no alcanza el nivel de 2011

El agujero de ozono sobre la Antártida alcanzó su máximo anual el pasado 16 de septiembre, cuando llegó a ocupar una extensión de 24 millones de kilómetros cuadrados, de acuerdo con datos de la NASA. Así, según ha informado la Organización Meteorológica Mundial, el tamaño de este agujero –que se produce todos los años– es mayor que en 2002 y 2010 pero menor que el de 2011.

   El último boletín sobre la situación del ozono en la Antártida de la OMM señala que la media de la superficie del agujero de ozono en los últimos diez días de septiembre era de 20,9 millones de kilómetros cuadrados, según datos del Instituto Real de Meteorología de los Países Bajos.

   El déficit de la masa de ozono promediada a lo largo del mismo periodo era de 19,59 megatoneladas, lo que representa, provisionalmente, un tamaño mayor que en 2010 y 2012 y menor que en 2011.

   Así, la OMM señala que a medida que las temperaturas aumentan tras el invierno en el hemisferio sur, se reduce la tasa de agotamiento del ozono. Sin embargo, la organización señala que todavía es "demasiado pronto" para pronunciarse definitivamente sobre la magnitud de la pérdida del ozono que se producirá en 2013.

El agujero de ozono sobre la Antártida alcanzó su máximo anual el pasado 16 de septiembre, cuando llegó a ocupar una extensión de 24 millones de kilómetros cuadrados, de acuerdo con datos de la NASA. Así, según ha informado la Organización Meteorológica Mundial, el tamaño de este agujero –que se produce todos los años– es mayor que en 2002 y 2010 pero menor que el de 2011.

   El último boletín sobre la situación del ozono en la Antártida de la OMM señala que la media de la superficie del agujero de ozono en los últimos diez días de septiembre era de 20,9 millones de kilómetros cuadrados, según datos del Instituto Real de Meteorología de los Países Bajos.

   El déficit de la masa de ozono promediada a lo largo del mismo periodo era de 19,59 megatoneladas, lo que representa, provisionalmente, un tamaño mayor que en 2010 y 2012 y menor que en 2011.

   Así, la OMM señala que a medida que las temperaturas aumentan tras el invierno en el hemisferio sur, se reduce la tasa de agotamiento del ozono. Sin embargo, la organización señala que todavía es "demasiado pronto" para pronunciarse definitivamente sobre la magnitud de la pérdida del ozono que se producirá en 2013.

La información del Boletín sobre la situación del ozono en la Antártida se basa en observaciones realizadas en tierra, mediante globos y satélites meteorológicos del programa de la OMM Vigilancia de la Atmósfera Global y su red de estaciones científicas en algunos de los terrenos más inhóspitos del mundo. En la mayoría de estaciones se señaló que había claros signos de agotamiento de la capa de ozono.

   De este modo, el 17 de septiembre el agujero de ozono se extendía hasta el extremo sur del continente suramericano y afectaba a algunas zonas deshabitadas como Ushuaia y Río Gallegos, donde científicos argentinos realizan observaciones de la capa de ozono de la estratosfera.

   Concretamente, estos episodios se producen pocas veces entre septiembre y noviembre. En noviembre, en particular, es cuando el sol está en la posición más alta del cielo y se produce un aumento significativo de la intensidad de la radiación ultravioleta solar que llega a la superficie de la Tierra.

   Las condiciones meteorológicas registradas en la estratosfera de la Antártida durante el invierno austral (junio a agosto) crean el marco para que se produzca el fenómeno anual recurrente del agujero de ozono. Los últimos diez días de septiembre suelen marcar la época en la que el agujero de ozono alcanza su máximo tamaño.

   El agujero de ozono más grande se observó en 2006. Tras la prohibición de diversas sustancias que afectaban al ozono, la destrucción de esta capa ha detenido su progreso, sin embargo, aún se prevén importantes agujeros de ozono en la Antártida durante las dos próximas décadas.

Fuente: Europa Press

La Vía Láctea se tambalea

Un equipo internacional de astrónomos del Instituto Leibniz de Astrofísica de Potsdam (AIP)  ha detectado que, además de la rotación regular que presenta la Vía Láctea, también se producen pequeños movimientos oscilantes, parecidos a los que hace una enorme bandera ondeada por el viento. Los científicos ha indicado que las fuerzas que provocan estos balanceos provienen de múltiples direcciones, creando un patrón de onda caótica.

   Con este estudio, publicado en 'Arxiv.org', los expertos querían investigar acerca de la velocidad radial (RAVE) para lo que realizaron una 'encuesta' a casi medio millón de estrellas en una región extensa y cercana alrededor del Sol –de unos 6.500 años luz por encima y por debajo de la posición del astro.

Un equipo internacional de astrónomos del Instituto Leibniz de Astrofísica de Potsdam (AIP)  ha detectado que, además de la rotación regular que presenta la Vía Láctea, también se producen pequeños movimientos oscilantes, parecidos a los que hace una enorme bandera ondeada por el viento. Los científicos ha indicado que las fuerzas que provocan estos balanceos provienen de múltiples direcciones, creando un patrón de onda caótica.

   Con este estudio, publicado en 'Arxiv.org', los expertos querían investigar acerca de la velocidad radial (RAVE) para lo que realizaron una 'encuesta' a casi medio millón de estrellas en una región extensa y cercana alrededor del Sol –de unos 6.500 años luz por encima y por debajo de la posición del astro.

Utilizar una clase especial de estrellas, estrellas rojas de agrupamiento, que tienen aproximadamente el mismo brillo, permite determinar de manera precisa sus distancias. Así, los patrones de movimiento obtenidos mostraron estructuras muy complejas.

   El objetivo era entonces desentrañar estas estructuras, concentrándose en las diferencias entre el norte y el sur del plano galáctico. A partir de estas velocidades se vio que la Vía Láctea es mucho más compleja de lo que se pensaba. Las velocidades que van hacia arriba y hacia abajo muestran que hay un comportamiento similar a ondas, con estrellas que chapotea dentro y fuera.

   Ahora, los científicos tienen que enfrentarse al desafío de entender este comportamiento a partir de ondas de la galaxia o de la estela de sus brazos espirales. En este sentido, los investigadores han determinado que este nuevo hallazgos permitirán hacer modelos 3D de la galaxia mucho más precisos.

Fuente: Europa Press

Erupciones volcánicas y organismos extraterrestres

Investigadores descubren cómo una megaerupción sucedida hace 25.000 años consiguió enviar microorganismos hasta 850 km de distancia, un nuevo mecanismo de diseminación de la vida en la Tierra.

Hace apenas unos días, un grupo de investigadores británicos, de la Universidad de Sheffield, aseguraban estar plenamente convencidos de haber encontrado organismos de origen extraterrestre en nuestra atmósfera, a 27 km. de altura. Milton Wainwright, director de la investigación, afirmaba entonces que “la mayoría de las personas sostendrá que estas partículas biológicas deben, por fuerza, haberse desplazado a la estratosfera desde la Tierra, pero es sabido que una partícula del tamaño de las que hemos encontrado no puede elevarse desde la Tierra hasta alturas, por ejemplo, de 27 km. La única excepción podría deberse a una violenta erupción volcánica (que empujara a esas partículas hacia arriba), pero nada de eso ha sucedido durante los tres años en que hemos estado recogiendo muestras”.

Ahora, un equipo de la Universidad Victoria, en Nueva Zelanda, acaba de revelar cómo una erupción explosiva sucedida hace 25.000 años consiguió enviar microorganismos hasta 850 km. de distancia, un hecho que revela la existencia de un nuevo mecanismo de diseminación y evolución de la vida en la Tierra. El estudio acaba de publicarse en la revista Geology.

Investigadores descubren cómo una megaerupción sucedida hace 25.000 años consiguió enviar microorganismos hasta 850 km de distancia, un nuevo mecanismo de diseminación de la vida en la Tierra.

Hace apenas unos días, un grupo de investigadores británicos, de la Universidad de Sheffield, aseguraban estar plenamente convencidos de haber encontrado organismos de origen extraterrestre en nuestra atmósfera, a 27 km. de altura. Milton Wainwright, director de la investigación, afirmaba entonces que “la mayoría de las personas sostendrá que estas partículas biológicas deben, por fuerza, haberse desplazado a la estratosfera desde la Tierra, pero es sabido que una partícula del tamaño de las que hemos encontrado no puede elevarse desde la Tierra hasta alturas, por ejemplo, de 27 km. La única excepción podría deberse a una violenta erupción volcánica (que empujara a esas partículas hacia arriba), pero nada de eso ha sucedido durante los tres años en que hemos estado recogiendo muestras”.

Ahora, un equipo de la Universidad Victoria, en Nueva Zelanda, acaba de revelar cómo una erupción explosiva sucedida hace 25.000 años consiguió enviar microorganismos hasta 850 km. de distancia, un hecho que revela la existencia de un nuevo mecanismo de diseminación y evolución de la vida en la Tierra. El estudio acaba de publicarse en la revista Geology.

 

Mapa de la isla norte de Nueva Zelanda con la antigua ubicación del lago Huka, donde se produjo la erupción de Oruanui, y la posición actual de la caldera del volcán Taupo. La línea punteada marca el alcance de los materiales arrojados por la erupción con un tamaño mayor de 10 centímetros.

En la década de 1970, el vulcanólogo Steve Self encontró unos curiosos restos microscópicos en los depósitos de una erupción acaecida en la isla norte de Nueva Zelanda hace 25.400 años. Se trataba de fragmentos de diatomeas, un tipo de algas unicelulares que se encierran en una fina cápsula de cristal de sílice y que a menudo se encuentran como microfósiles en rocas antiguas. A lo largo de los años, la observación de Self corrió de boca en boca entre los geólogos, casi como un rumor, hasta llegar a Alexa Van Eaton, una estudiante de doctorado en el laboratorio de Colin Wilson, profesor de la Universidad Victoria en Wellington (Nueva Zelanda).

Para Van Eaton, aquella observación nunca corroborada de que los volcanes podrían dispersar microorganismos a enormes distancias durante las erupciones abría un jugoso campo de investigación para su tesis doctoral. “Coincidía que teníamos a Margaret Harper, una experta mundial en las diatomeas de Nueva Zelanda, así que era un conjunto de circunstancias afortunadas”, relata la investigadora.

La capacidad de los microorganismos de volar con el viento a lugares lejanoses algo ya conocido. “Hay muchos ejemplos”, señala Van Eaton. “Uno de los primeros fue documentado a mediados del siglo XIX por Charles Darwin, quien encontró diatomeas de agua dulce pegadas a las velas del HMS Beagle en el océano Atlántico, y concluyó que llegaban allí con la brisa”. El pasado año, investigadores de EE.UU. probaron que las corrientes de aire a través del Pacífico transportan miles de especies de bacterias desde Asia hasta Norteamérica, demostrando así que la dispersión del llamado aeroplancton alcanza proporciones intercontinentales. Con todos estos datos en la mano, Van Eaton se planteó buscar posibles restos fósiles en depósitos volcánicos a gran distancia de la fuente original.

La supererupción del Taupo
Para ello eligió el mismo evento investigado por Self, la supererupción de Oruanui del volcán Taupo. La elección no es casual: esta erupción explosiva, la mayor ocurrida en el planeta en los últimos 70.000 años, fue de las llamadas húmedas, ya que se produjo bajo las aguas del lago Huka. Como consecuencia, los expertos estiman que el Taupo inyectó una gran cantidad de material volcánico mezclado con agua y plancton hasta la estratosfera, a una altura de 30 kilómetros. Curiosamente, el mismo rango de distancias en las que Wainwright encontró sus supuestos “organismos extraterrestres”.

Van Eaton y su equipo recogieron 22 muestras de depósitos de la explosión del volcán en 11 localizaciones diferentes, hasta una distancia de 850 kilómetros en islas próximas. Y tras el análisis, lograron identificar más de 300 restos de valvas de diatomeas de agua dulce en cada muestra, concluyendo que la erupción dispersó un volumen aproximado de 600 millones de metros cúbicos de estas algas, similar a la cantidad de magma arrojada por el monte Santa Helena en 1980.

Para verificar sus resultados, tomaron muestras de estratos por encima y por debajo del de la erupción y comprobaron que las especies de diatomeas eran diferentes, pero que las del material eruptivo coincidían con las encontradas en los depósitos volcánicos del propio lago. Además, en los sedimentos distantes encontraron una especie, Cyclostephanos novaezeelandiae, que es endémica en la isla norte de Nueva Zelanda.

“Hasta donde sabemos, es el primer estudio que vincula de forma convincente la dispersión de microbios con una erupción volcánica”, concluye Van Eaton. Pero para que su trabajo tenga un interés biológico además del geológico, la investigadora es consciente de que sería necesario demostrar que las diatomeas pueden sobrevivir a estos viajes volcánicos, algo difícil de probar.

“Calor extremo en la erupción, luego frío extremo en las capas altas de la atmósfera, desecación y exposición a radiación ultravioleta… Todo esto sería bastante desagradable para la mayoría de las diatomeas”, reflexiona. “Alguna podría sobrevivir, y ¿cuántos pioneros necesitas para una nueva colonia? Aún así, es más probable que las células latentes de las diatomeas u otros microbios asociados, como bacterias dentro de las envolturas, pudieran sobrevivir en número suficiente”.

Vida extrema
Las implicaciones del estudio van más allá si se tiene en cuenta que existen microbios llamados termófilos extremos capaces de crecer en entornos volcánicos, por lo que la dispersión a través de todo tipo de erupciones, no solamente las húmedas, podría haber desempeñado un papel importante en la diseminación y posterior evolución de la vida en la Tierra temprana.

“Por qué no”, especula Van Eaton. “Podría ocurrir en cualquier ambiente volcánico”. Es más: ciertas teorías apuntan que la vida en la Tierra podría haber nacido en las fumarolas hidrotermales oceánicas. “En este caso el mecanismo primordial de dispersión serían las corrientes marinas”, razona la geóloga. “Pero las erupciones pueden haber contribuido en cierto grado; es una idea interesante”.

Desde el punto de vista de los vulcanólogos, el trabajo servirá como modelo para reconstruir otras erupciones históricas mediante el estudio de esta firma biológica que permite identificar la procedencia de los depósitos. Mientras, Van Eaton explora ahora antiguas erupciones en la cordillera norteamericana de Cascadey en Alaska en busca de nuevos microfósiles, al tiempo que sus colaboradores del Instituto Tecnológico de Georgia analizan los fragmentos de diatomeas de Nueva Zelanda a la caza de posibles restos de bacterias. “Quién sabe qué más puede aparecer”, aventura.

Fuente: ABC