Es muy fácil encontrar chatarra que solía formar parte de cohetes espaciales en el bosque de Altai, remota región ubicada en la frontera de Rusia con Kazajistán. Trozos de brillo metálico de aleación ligera están aquí y allá, en el pasto y en los árboles.
Los cohetes rusos Protón han puesto en órbita muchos satélites, generando más de $6.000 millones para la industria espacial del país.
Pero cada vez que se lanza un cohete, los desechos caen en esa zona del este de Siberia, a cientos de kilómetros del cosmódromo de Baikonur, el principal y más antiguo centro de lanzamiento espacial.
Algunos de los trozos diseminados formaban parte de los tanques que portaban combustible tóxico.
Por ello, las personas que viven allí están preocupadas por los posibles riesgos que esos desechos puedan tener en su salud. Aunque se han hecho pocas investigaciones sobre el tema, los habitantes locales se sienten afectados.
"Los residuos de los cohetes caen aquí y eso debe estar afectando a la gente de alguna manera", dice Olga Tadykova, de 46 años, pediatra del pueblo de Karakoksha, en la República de Altai, región ubicada justo debajo de la trayectoria de vuelo de los cohetes espaciales.
Los desechos de los cohetes expulsados caen muy cerca de la aldea que Olga comparte con unos 1 500 habitantes.
Los ambientalistas creen que los restos de los cohetes contienen un combustible altamente tóxico -conocido como dimetil-hidrazina asimétrica (UDMH, por sus siglas en inglés)- que se expande por la atmósfera y penetra en el suelo y el agua, ocasionando daños a plantas y animales.