Por Mariano Andrés Peter
Imágen del asteroide Eros
En la antigüedad se decía que los meteoritos no podían provenir del espacio porque en el espacio no existían rocas.
Durante gran parte de la historia de la humanidad, la idea de que una roca gigante impactara contra nuestro planeta era algo inconcebible, pero durante el siglo XX, lo que parecía una improbabilidad absoluta, se convirtió en una realidad aterradoramente cierta y factible.
Por Mariano Andrés Peter
Imágen del asteroide Eros
En la antigüedad se decía que los meteoritos no podían provenir del espacio porque en el espacio no existían rocas.
Durante gran parte de la historia de la humanidad, la idea de que una roca gigante impactara contra nuestro planeta era algo inconcebible, pero durante el siglo XX, lo que parecía una improbabilidad absoluta, se convirtió en una realidad aterradoramente cierta y factible.
Imágen del misterioso objeto que estalló en Tunguska en 1908
El 30 de Junio de 1908, un misterioso objeto de entre 50 a 100 metros de diámetro, estalló en el aire sobre la remota región siberiana de Tunguska con una fuerza equivalente a 40 megatones, arrasando con miles de hectáreas de taiga (bosque siberiano) y provocando movimientos sísmicos que se pudieron detectar desde China hasta Europa. Si bien no está para nada claro que fue ese objeto, lo cierto es que para las autoridades soviéticas, que realizaron la primera expedición científica a la zona afectada varios años después, todo se habría tratado de un meteorito gigante desprendido de algún asteroide o cometa lejano. Este significativo incidente sirvió para que la comunidad científica comenzara a considerar a los cuerpos menores del sistema solar con mucha seriedad.
El 30 de Agosto 1930 se produjo una gran explosión en la amazonía brasileña, provocada por una gran bola de fuego que cayó del cielo en la región del río Curucá. La energía liberada fue equivalente a 20 kilotones, tanto como las bombas atómicas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki en 1945. El caso fue investigado por un clérigo que se encontraba en la región, pero los resultados de dicha investigación son celosamente guardados en los archivos astronómicos del Vaticano. En los años 90 se realizó un rastrillaje en la zona del posible impacto pero no se hallaron rastros del supuesto meteorito.
El cometa West fue avistado en 1976
Y más recientemente, el 9 de Noviembre de 1997, un satélite militar estadounidense fotografió una poderosa explosión en Groenlandia, que según los cálculos fue equivalente a 100 kilotones.
Tres impactos de una magnitud considerable en tan solo un siglo. Afortunadamente todos ellos se produjeron en zonas remotas y despobladas, pero que hubiera pasado si por ejemplo el objeto de Tunguska se hubiera demorado un poco más?, por la latitud en la que estalló, seguramente habría arrasado con San Petersburgo, acabando instantáneamente con cientos de miles de personas.
Pero nada de esto se compara a lo que podría llegar a producir un objeto realmente grande, un asteroide o cometa de más de un kilómetro de diámetro.
Secuencia de impactos del cometa Shoemaker – Levy 9 con Júpiter
El 16 de Julio de 1994, los astrónomos de todo el mundo se prepararon para observar el fenómeno astronómico más importante y espectacular de todos los tiempos. El impacto del cometa Shoemaker – Levy 9 con Júpiter. Dos año antes, en 1992, el cometa paso muy cerca del gigante planeta y la enorme fuerza de gravedad de este lo fragmento en 21 partes que quedaron en órbita y que un año más tarde, una por una irían golpeando a Júpiter durante una semana.
La energía liberada por los 21 fragmentos del cometa al chocar contra en gigante de gas, fue equivalente a la explosión de una bomba atómica de 20 kilotones, estallando cada segundo durante 13 años. Si bien Júpiter es tan grande que aún una colisión como esta fue como si lo picara un mosquito, cualquiera de esos fragmentos hubiera provocado una catástrofe en la Tierra de proporciones nunca antes vistas por el hombre.
Luego los científicos descubrieron algo inquietante. De no haberse interpuesto Júpiter en su camino, este cometa tenía grandes posibilidades de colisionar con nuestro planeta.
Esto despertó el interés y la preocupación de las principales potencias mundiales y fue así que poco tiempo después se desarrolló una cumbre entre científicos y miliares de los Estados Unidos y Rusia en el Laboratorio Lawrence Livermore, Estados Unidos. En tema a tratar fue, el fin del mundo.
Imágen aérea del Laboratorio Lawrence Livermore
Dichos científicos y militares estaban entrenados para rastrear y enfrentar amenazas provenientes del cielo ya que eran veteranos de la Guerra Fría.
Después de analizar el problema se concluyó que la manera más efectiva para enfrentar una amenaza espacial y salvar a la civilización humana y a la vida en la Tierra sería equipar al cohete ruso Energya, el más poderoso del mundo (construido por la ex Unión Soviética para impulsar al transbordador Burán y para realizar futuros viajes a Marte) con una certera cabeza nuclear norteamericana.
Dicho artefacto nuclear no estallaría directamente sobre el asteroide o cometa por dos razones. Primero, porque no conocemos todavía la composición real de estos objetos y podría pasar que el arma nuclear no fuera suficientemente poderosa como para destruirlos, y en segundo lugar, podría suceder que el objeto en cuestión se fragmentara pero no se desviara. De esta manera recibiríamos una lluvia de meteoros radioactivos que sería aún peor que el impacto de un único cuerpo.
El poderoso cohete ruso Energya listo para despegar
La idea en cambio sería detonar la cabeza nuclear muy cerca del objeto para que la potente onda expansiva lo desviara de trayectoria y así se evitaría la colisión.
Pero el éxito de una intercepción de este tipo depende del tiempo de antelación con el que se pueda detectar al asteroide o cometa. Hasta ahora, los objetos que han rozado la Tierra han podido ser detectados con meses o semanas de anticipación, lo cual no deja mucho margen para actuar. Lo ideal sería poder detectar estas amenazas con años de anticipación para poder planear una defensa efectiva.
Existen otros planes de defensa pero por el momento representan un desafío tecnológico difícil de alcanzar.
Imágen del asteroide Gaspra tomado por la sonda Galileo en 1993
En los últimos años, tres han sido los asteroides que casi nos golpean. El primero pasó en 1989 a una distancia equivalente a la mitad de la que nos separa de la Luna y en los años 1991 y 1996, dos rocas gigantes se aproximaron a una distancia aproximada al doble de la distancia a la Luna. En términos astronómicos, estos objetos apenas lograron esquivarnos, de haber viajado a una velocidad ligeramente distinta, la vida en la Tierra tal como la conocemos ya no existiría.
Es importante recordar que el curso de la evolución en nuestro planeta se ha visto afectado por tales impactos a lo largo de su historia. Muchas son las especies que han desaparecido y que han surgido a consecuencia de grandes catástrofes cósmicas.
Los dinosaurios desaparecieron a causa de un gran impacto hace 65 millones de años
Seguramente, la extinción más famosa de todas fue la que se produjo hace 65 millones de años y que aniquilo al 70% de todas las formas de vida, incluyendo a los grandes dinosaurios, pero no fue la única ni la más importante. Hace 250 millones de años, otra roca espacial acabó con los grandes reptiles del período Pérmico y causó la extinción del 90% de todos los seres vivos. Paradójicamente, esta extinción posibilitó a los dinosaurios aparecer y dominar el mundo en detrimento de los primeros mamíferos. Los mamíferos y en última instancia el hombre, pudieron surgir y reinar sobre el planeta a causa de la desaparición de los dinosaurios. De esta manera, la pregunta que debemos hacernos no es si esto ocurrirá de nuevo, sino más bien, cuando llegará nuestro turno y si estaremos preparados para enfrentarlo.
Mariano Andrés Peter, coordinador del Observatorio de Oro Verde – AEA
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