Millones de personas contemplaban el cielo azul de Texas el 1 de febrero de 2003, aguardando el regreso del transbordador espacial Columbia. Pero ocurrió lo inimaginable: la nave estadounidense se desintegró al entrar en la atmósfera, sólo 16 minutos antes del momento programado para el aterrizaje.
Los siete miembros de la tripulación murieron. Las últimas palabras desde el Columbia habían llegado ininteligibles a las 08:59 horas al centro de control de Florida.
Los ingenieros y familiares de los astronautas que se encontraban allí se quedaron sin palabras. Se encontraron restos del Columbia diseminados en un radio de 200 kilómetros, en autopistas, oficinas o bosques de Texas y del vecino estado de Luisiana.
El momento, destinado a convertirse en un triunfo para la navegación espacial tripulada, terminó en desastre. «Este día trajo horribles noticias y una gran tristeza para nuestro país (…) El Columbia está perdido, no hay ningún superviviente», anunció el entonces presidente, George W. Bush, en un mensaje a la nación.
El Columbia no era un transbordador cualquiera, sino el primero de una flota de iconos nacionales. Despegó por primera vez el 12 de abril de 1981 del Centro Espacial Kennedy de Florida. Aquella primera misión, con nombre en código ‘STS-1’, fue la primera de una era en la que hubo otros cuatro transbordadores estadounidenses que pasaron más de 1 300 días en el espacio durante 134 vuelos.
Fueron 30 años que concluyeron definitivamente con el final de la misión STS-135, cuando el transbordador Atlantis regresó por última vez a la Tierra en julio de 2011. Desde entonces, las misiones tripuladas al espacio parten sólo en naves rusas.
Según las investigaciones, en la trágica misión STS-107 del Columbia ya hubo algo mal desde principio, lo que hizo inevitable el desastre en el intento de aterrizaje. Un trozo de espuma de poliuretano aislante se desprendió y perforó el ala izquierda de la nave.
Los expertos de la Agencia Espacial Estadounidense (NASA) lo habían detectado, pero subestimaron las consecuencias del daño.
Probablemente se podría haber realizado una misión de rescate con éxito, según las investigaciones. Pero la NASA no hizo nada. El fragmento de espuma aislante dañó el escudo térmico y al entrar en la atmósfera terrestre, los instrumentos del ala izquierda fallaron en cadena.
Poco antes del aterrizaje, el Columbia perdió el control y se desintegró. Los siete astronautas que viajaban en él -cinco estadounidenses, un israelí y una india- no tuvieron ninguna posibilidad. Murieron en cuestión de segundos.
Ese desastre no fue el primero del programa de transbordadores espaciales estadounidenses. En 1987 murieron siete astronautas cuando el Challenger se desintegró poco después del despegue. Pero el accidente del Columbia cambió para siempre la navegación espacial.
La flota de transbordadores estuvo parada durante casi dos años, sometida a innumerables pruebas, revisiones y mejoras. Entre otras cosas, se instalaron mejores asientos y cinturones de sujección.
Actualmente los transbordadores estadounidenses están totalmente fuera de servicio y los ingenieros de la NASA desecharon la idea de usarlos, aunque podrían transportar grandes cargas.
Ahora se emplean cápsulas, como las rusas que se usan para trasladar astronautas o las que utilizan empresas privadas como SpaceX para enviar suministros y próximamente también misiones tripuladas.
La NASA está desarrollando actualmente la cápsula Orion, que realizará un primer vuelo no tripulado en 2019 y uno tripulado en 2021. Ese tipo de cápsulas se instalan sobre el cohete, no junto a él.
«Por eso no está tan expuesta a la zona de escombros, algo que fue un gran problema para el ‘Columbia'», explicó la diseñadora jefe de «Orion», Julie Kramer White, en la revista Space.
Además, en caso de emergencia durante el despegue o poco antes, los astronautas podrían salir de la cápsula por arriba, algo que no era posible con los transbordadores.
La tragedia del Columbia hizo que ahora la NASA priorice la seguridad por encima de todo, apuntó Dustin Gohmert, del Centro Espacial de Houston. «Antes era difícil imponer algunas de las precauciones de seguridad que nos hubiese gustado tener. Ahora eso es lo más importante para todos».
Fuente: El Comercio