Por Alberto Anunziato
Estos fenómenos son una oportunidad para renovar la fascinación por la naturaleza, tan relegada en nuestra civilización urbana dominada por la esterilidad de la mera explicación científica.
El sábado 25 de enero en Paraná y otras ciudades cercanas el sol apareció rodeado de un hermoso círculo pálido cuyos bordes se teñían con los colores del arco iris. Los medios cubrieron la noticia e informaron que no se trataba de un fenómeno extraño sino de un evento meteorológico conocido, llamado halo solar (o más apropiadamente corona) que se forma cuando la luz del sol se refracta a través de los cristales hexagonales de hielo-conocidos como “polvo de diamante”-contenidos en formaciones de nubes llamadas cirros, que se encuentran delante del sol y a una altura entre 5 y 10 kilómetros. Ciertamente, no es un fenómeno extraño sino perfectamente conocido, pero tampoco es un fenómeno tan común, porque necesita las condiciones antes mencionadas para que se produzca. Son fenómenos que se dan con más frecuencia en los climas fríos. Mucho más comunes son los halos lunares, que se relacionan en la sabiduría popular con la proximidad de la lluvia, lo que no es incorrecto, aunque es más bien indicador de probabilidad de lluvia. Los marineros solían decir: “Halo en la luna al atardecer, viento y lluvia a la medianoche”.
Por Alberto Anunziato
Estos fenómenos son una oportunidad para renovar la fascinación por la naturaleza, tan relegada en nuestra civilización urbana dominada por la esterilidad de la mera explicación científica.
El sábado 25 de enero en Paraná y otras ciudades cercanas el sol apareció rodeado de un hermoso círculo pálido cuyos bordes se teñían con los colores del arco iris. Los medios cubrieron la noticia e informaron que no se trataba de un fenómeno extraño sino de un evento meteorológico conocido, llamado halo solar (o más apropiadamente corona) que se forma cuando la luz del sol se refracta a través de los cristales hexagonales de hielo-conocidos como “polvo de diamante”-contenidos en formaciones de nubes llamadas cirros, que se encuentran delante del sol y a una altura entre 5 y 10 kilómetros. Ciertamente, no es un fenómeno extraño sino perfectamente conocido, pero tampoco es un fenómeno tan común, porque necesita las condiciones antes mencionadas para que se produzca. Son fenómenos que se dan con más frecuencia en los climas fríos. Mucho más comunes son los halos lunares, que se relacionan en la sabiduría popular con la proximidad de la lluvia, lo que no es incorrecto, aunque es más bien indicador de probabilidad de lluvia. Los marineros solían decir: “Halo en la luna al atardecer, viento y lluvia a la medianoche”.
El género halo comprende una serie de fenómenos meteorológicos poco frecuentes y muy interesantes en cuanto a su relación con la historia del hombre. Pensemos, si no, en las aureolas que coronan las cabezas de los santos en las pinturas antiguas, como el halo rodea al sol, cuyo origen son las representaciones egipcios del dios solar Ra.
Otra especie de halo es el llamado parhelio, cuando a cada costado del halo y a la misma altura del sol aparecen dos manchas brillantes que semejan otros 2 soles (o a veces uno solo).
En la antigua Roma conocían la rareza relativa de estos fenómenos atmosféricos, que alteraban la normalidad con que cumplía su recorrido el sol, y los consideraban un prodigio con el cual los dioses hacían saber su disgusto por la marcha de la vida pública y la necesidad de una expiación. Se conservan los registros de halos y parhelios en los que aparecen mencionados junto con el nacimiento de un hermafrodita o la caída de un meteorito. Los filósofos, sin embargo, conocían que se trataba de un fenómeno de refracción de la luz similar al arco iris.
Y de un parhelio al menos se sabe que cambió el curso de la historia, en la llamada “Guerra de las Rosas” entre las casas reales inglesas de Tudor y York. Los atemorizados soldados del rey Eduardo IV vieron 3 soles en el cielo y el rey los arengó diciendo que representaban a él y sus dos hermanos, lo que llevó a ganar la batalla y a que el rey incorporara el sol a su escudo. Shakespeare recoge el episodio en la tercera parte de “Enrique VI”: “Tres espléndidos soles, cada uno un sol perfecto (…) El cielo quiere señalar con ello un acontecimiento (…) Creo que ese prodigio nos llama al campo de batalla a fin de que nosotros, los hijos del bravo Plantagenet, cada uno de los cuales brilla aisladamente ya por nuestras hazañas unamos nuestras luces”. Hoy, cada vez que se ve un parhelio aparece un visionario que cree ver 2 ovnis alrededor del sol.
Estos fenómenos son una gran oportunidad para renovar nuestra fascinación por la naturaleza, tan relegada en nuestra civilización urbana dominada por la esterilidad de la mera explicación científica. No son fenómenos inexplicables, claro que no, pero son fenómenos increíblemente hermosos y únicos para el corto espacio de nuestras vidas. Pueden transformarnos, piensen en la perplejidad con que los miran los niños. Sin dudas, una gran oportunidad para que empiecen a amar el conocimiento científico, pero también para que comprendan la belleza del instante y del recuerdo. Y pueden generar reflexiones sobre nuestra condición humana. Si no me creen, aquí está el ejemplo de uno de los más grandes escritores de la literatura inglesa, Thomas de Quincey.