Todos los años, allá por navidades, me pide 'El Cultural' una lista de los avances científicos del año. Me siento siempre incapaz de realizarla, porque desde hace años no hay avances científicos, ni siquiera el bosón de Higgs, que es una partícula propuesta en los años 60.
Ha muerto Neil Armstrong y Pablo Pardo, desde Washington, hace un análisis agudo sobre el parón del progreso, científico y tecnológico. Olvida el tremendo parón de la ciencia económica y el retroceso social, del cual no hay mejor testigo que esta noticia
Pablo Pardo intenta encontrar una serie de razones para el parón del progreso. La mejor razón la dio el magnífico físico Edwin Jaynes, experto en Mecánica Estadística, que es la teoría que estudia como se comporta un conjunto de individuos promediando los comportamientos de cada uno de ellos.
Estudiando la evolución de la física, detectó unos cuasi-ciclos de entre 50 y 70 años. Los ciclos son fáciles de entender. Al final de uno de ellos, las teorías al uso se demuestran evidentemente falsas. Han sido desarrolladas en función de una información antigua que las propias teorías han ido cambiando.
En 1600 todas las informaciones indicaban que era la Tierra la que giraba en torno al sol y no a la inversa. Pero el gran bwana de la astronomía, Tycho Brahe, y los guardianes de la ortodoxia, los jesuitas de Roma, rechazaban de plano esa realidad. Sus teorías eran correctas a la vista de los datos de los siglos medievales, pero evidentemente incorrectas en cuanto uno miraba el cielo con un telescopio. Tycho Brahe murió en 1601, y una puerta se abrió a una nueva visión del universo.
En 1670 Newton tenía preparada ya su teoría de la gravitación, y no la pudo publicar hasta 1684, sus colegas rechazaban la teoría.
La hipótesis del calórico pudo ser rechazada en 1780. Las ecuaciones de Maxwell se propusieron en 1861, y la solución al problema del éter tardó 45 años hasta la teoría de la relatividad de Einstein. Las ideas sobre la constitución cuántica de la materia fueron propuestas por Bolzmann en el 1871, y no se aceptaron realmente hasta 1930.
Todos los años, allá por navidades, me pide 'El Cultural' una lista de los avances científicos del año. Me siento siempre incapaz de realizarla, porque desde hace años no hay avances científicos, ni siquiera el bosón de Higgs, que es una partícula propuesta en los años 60.
Ha muerto Neil Armstrong y Pablo Pardo, desde Washington, hace un análisis agudo sobre el parón del progreso, científico y tecnológico. Olvida el tremendo parón de la ciencia económica y el retroceso social, del cual no hay mejor testigo que esta noticia
Pablo Pardo intenta encontrar una serie de razones para el parón del progreso. La mejor razón la dio el magnífico físico Edwin Jaynes, experto en Mecánica Estadística, que es la teoría que estudia como se comporta un conjunto de individuos promediando los comportamientos de cada uno de ellos.
Estudiando la evolución de la física, detectó unos cuasi-ciclos de entre 50 y 70 años. Los ciclos son fáciles de entender. Al final de uno de ellos, las teorías al uso se demuestran evidentemente falsas. Han sido desarrolladas en función de una información antigua que las propias teorías han ido cambiando.
En 1600 todas las informaciones indicaban que era la Tierra la que giraba en torno al sol y no a la inversa. Pero el gran bwana de la astronomía, Tycho Brahe, y los guardianes de la ortodoxia, los jesuitas de Roma, rechazaban de plano esa realidad. Sus teorías eran correctas a la vista de los datos de los siglos medievales, pero evidentemente incorrectas en cuanto uno miraba el cielo con un telescopio. Tycho Brahe murió en 1601, y una puerta se abrió a una nueva visión del universo.
En 1670 Newton tenía preparada ya su teoría de la gravitación, y no la pudo publicar hasta 1684, sus colegas rechazaban la teoría.
La hipótesis del calórico pudo ser rechazada en 1780. Las ecuaciones de Maxwell se propusieron en 1861, y la solución al problema del éter tardó 45 años hasta la teoría de la relatividad de Einstein. Las ideas sobre la constitución cuántica de la materia fueron propuestas por Bolzmann en el 1871, y no se aceptaron realmente hasta 1930.
Los cuasi-ciclos derivan de una estructura social muy clara: Los nuevos descubrimientos fuerzan un replanteo de las teorías que explican el mundo. Pero los grandes científicos de épocas pasadas anulan, desde posiciones de poder, y para mantener sus ideas, cualquier cambio de mentalidad. Cuando mueren, se abre una vía para las ideas 'revolucionarias' que disfrutan de avances rapidísimos durante unos 25 años (la vida útil de los innovadores). Tras ellos vienen sus discípulos, que no innovan, pero desarrollan detalles de lo que sus maestros inventaron. 50 años después de las revoluciones los que ocupan los puestos de poder (científico, tecnológico, económico) son reaccionarios. Son personas que carecen de visión pero dominan las cátedras, los comités editoriales, los bancos y los puestos políticos. Cómo se dedican a proteger unas teorías inmóviles que les dan el poder, anulan, incluso violentamente, cualquier innovación. Durante 50 años (25 + 25) el progreso es lento o imposible.
El último avance de verdad en la física se hizo entre 1920 y 1930, con un pico en 1926 cuando Schroedinger publicó sus ecuaciones.
Antes de 1920 las generaciones eran de unos 20/25 años. Hoy son de 30/35. Una generación de innovadores, otra de desarrolladores, y una tercera de bloqueadores a la manera de Brahe y el jesuita cardenal Belarmino, dan entre 90 y 105 años . 1926 + 90 años = 2016. 1926 + 105 años = 2031.
Entre estas dos últimas fechas, 2016 y 2031 es altamente probable que se produzcan avances en todos los campos, estimulados por innovaciones en la física que tendrán que ver con el rechazo de la linealidad, de los sistemas simples y el desarrollo de las teorías de sistemas altamente complejos, no lineales y con propiedades emergentes.
Los síntomas de la crisis son claros, como los señala con detalle Pablo Pardo. Los proyectos científicos y tecnológicos que se conceden solo aceptan ligerísimos desarrollos en lo que ya se conoce. Los evaluadores indican a los investigadores que rechacen buscar nuevas ideas y se concentren en pequeños rincones de las antiguas para desarrollarlas de maneras distintas, en una escolástica que recuerda a Salamanca y Bolonia. Se sigue, cansinamente, tratando de validar el 'modelo estándar', que data de los años 1960. Aceptemos que es válido y pasemos a otra cosa, el modelo es realmente antiguo y no nos dice nada nuevo sobre la naturaleza. En otro campo, se trata de explicar las discrepancias entre lo que se calcula y lo que se mide en el espacio mediante ecuaciones de hace 100 años. Y así, en casi todos los demás campos. No hay innovación, y la que se propone se mata de raíz.
Pero no solo en el progreso de las ciencias y la técnica. La idea decimonónica de la democracia anglosajona ha fracasado hoy. Los representantes en los congresos de los países no representan a los electores, sino a sus propios partidos (España) o a los millonarios que les pagan la elección (EEUU).
Y ¿Qué podemos decir de los modelos económicos? Obsoletos, contrarios a la realidad, erróneos. Los modelos económicos, que ni han predicho la crisis ni saben sacarnos de ella, son como la teoría geocéntrica de Tycho Brahe. Cuando he tratado de estimular debates sobre los mismos me he encontrado ante barreras como el Muro de Berlín. Ni conferencias en las facultades de económicas, ni simposia en las fundaciones bancarias, ni cursos de verano. Un foso de cocodrilos impide cualquier evaluación de esos modelos, que como los de Brahe, ''¡son correctos y ya está bien!"
Fuente: El Mundo