Por Gustavo Blettler
Homero supo, -como nadie- representar en su poesía el mundo griego arcaico. Fue él quien escribió la Ilíada, posiblemente la obra más importante de la literatura épica occidental. Los griegos de todas las épocas se han referido a él como al “maestro de la Hélade”, en alusión a su histórica Grecia natal. Tan grande es su fama que incluso las bellísimas tragedias griegas, esas maravillas de la literatura, no son consideradas más que “migajas del festín de Homero”. En la Ilíada leemos con asombro como los dioses se entrelazan y actúan con los humanos, vemos como desfilan ante nosotros casi todos los sentimientos humanos: amores, odios, celos, ternura, y por supuesto encontramos muchas aventuras y batallas.
Homero utiliza la naturaleza que lo rodea para realizar comparaciones, analogías y metáforas con las proezas, maquinaciones y sentimientos de sus personajes. Este punto es interesante porque nos muestra como interpretaban en ese momento los distintos fenómenos que observaban.
Por Gustavo Blettler
Homero supo, -como nadie- representar en su poesía el mundo griego arcaico. Fue él quien escribió la Ilíada, posiblemente la obra más importante de la literatura épica occidental. Los griegos de todas las épocas se han referido a él como al “maestro de la Hélade”, en alusión a su histórica Grecia natal. Tan grande es su fama que incluso las bellísimas tragedias griegas, esas maravillas de la literatura, no son consideradas más que “migajas del festín de Homero”. En la Ilíada leemos con asombro como los dioses se entrelazan y actúan con los humanos, vemos como desfilan ante nosotros casi todos los sentimientos humanos: amores, odios, celos, ternura, y por supuesto encontramos muchas aventuras y batallas.
Homero utiliza la naturaleza que lo rodea para realizar comparaciones, analogías y metáforas con las proezas, maquinaciones y sentimientos de sus personajes. Este punto es interesante porque nos muestra como interpretaban en ese momento los distintos fenómenos que observaban.
Si nos centramos en los fenómenos astronómicos exclusivamente, encontramos que Homero en el canto IV relata el recorrido de la diosa Atenea desde el Olimpo a Troya, presurosa como “un astro luminoso del que salen muchas chispas desprendidas”, lo que puede ajustarse muy bien a la descripción de un cometa o quizá un meteoro.
Posteriormente, (canto V) nuestro poeta se refiere al héroe Diómedes como a “la estrella otoñal que con más brillo resplandece, una vez bañada en las aguas del Océano”; naturalmente se está refiriendo a Sirio, la estrella más brillante del firmamento y, también -en forma elíptica-, describe el movimiento aparente de las estrellas sobre el firmamento, Grecia se encuentra ceñida por mar, es normal entonces, contemplar estrellas “saliendo” del mar, poéticamente “bañandose”.
Ya en el canto XVIII., Homero el bardo, describe el escudo, -regalo del dios Hefestos- que utiliza Aquiles para luchar con Héctor. Aparentemente presentaba una figura circular y estaba decorado con lo que podemos definir como la concepción cosmológica griega del siglo VIII A.C. Veamos que canta el poeta: “tenía figuras en el de la tierra, el cielo y el mar; el infatigable sol y la luna llena, así como todos los astros que coronan el firmamento: las pléyades, las Híadas y el poderoso Orión, la Osa, que también denominan con el nombre del Carro, que gira allí mismo y acecha a Orión Y es la única que no participa de los baños en el Océano”. Aquí, nos enteramos que en esa época ya se conocían algunas constelaciones y asterismos. Se valoraba fundamentalmente las funciones prácticas del cielo, por esto se mencionan las Pléyades y las Híadas que marcaban respectivamente con su aparición el principio y el fin de la estación normal de navegación.
Ya cerca del final de la obra (Canto XXII) el anciano rey de Troya, Príamo observa a Aquiles avanzando amenazadoramente por la llanura y directamente hacia las puertas de Troya, presto a desafiar al paladín troyano Héctor dispuesto a vengar la muerte de su amigo Patroclo (una de las pocas escenas que se ajustan a la descripción de Homero en la película Troy). Príamo lo ve y lleno de pavor no puede evitar compararlo con “el astro que sube en otoño y cuyos deslumbrantes destellos resultan patentes entre las muchas estrellas de la oscuridad de la noche y que denominan perro de Orión”. Luego agrega “Es el más brillante pero constituye un siniestro signo y trae muchas fiebres a los míseros mortales y así brillaba el bronce alrededor del pecho al correr”. El astro que describe es otra vez Sirio, la estrella más luminosa de la constelación Can Mayor y señala también su cercanía a la constelación de Orión. La superchería sobre las fiebres, es parte de un conjunto de explicaciones que ensayaban ante un fenómeno médico inexplicable para los hombres de ese tiempo.
A Homero, también se le atribuye la autoría de “La Odisea” y los “Himnos homéricos” y en estos últimos podemos encontrar un interesante fragmento dedicado al dios Sol y la Luna. “Hiparión desposa a Eurifaesa y tiene por hijos a la Aurora, de rosados dedos; el Sol, parecido a los inmortales; y la Luna de lindas trenzas. El Sol, subido a su carro alumbra por igual a mortales e inmortales, echa terribles miradas con sus ojos desde el interior de su áureo casco. La Luna, después de lavar su cuerpo en el Océano, se viste con vestiduras que relumbran de lejos, unce los caballos y acelera el paso por la noche”.
Como puede deducirse de estos pocos fragmentos, la astronomía en época de Aquiles y su pandilla, era fundamentalmente práctica, los astros señalaban el comienzo y final de las estaciones de siembra y navegación. Sin duda esto se condimentaba con un poco de mitología y se sazonaba con abundante poética para constituir un delicioso plato que aún hoy en día esta servido en el cielo, para quien quiera degustar el “festín de Homero”.
Gustavo Blettler, especialista en Arqueoastronomía – AEA
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