El nuevo telescopio espacial, el más avanzado creado por el hombre, ha despegado desde la Guayana Francesa.
Una de las últimas imágenes del JWST, según se aleja de la segunda fase del Ariane 5. Ariane Space, ESA, NASA, CSA
Por fin. Más de dos décadas y media y un presupuesto disparado de 9.700 millones de euros, el telescopio James Webb, llamado a ser el sucesor del mítico Hubble, está de camino a su órbita en el espacio. Un recorrido de 1,5 millones de kilómetros hasta el punto de Langrange 2 L2, donde nos ofrecerá una visión totalmente nueva del Universo: desde exóticos exoplanetas nunca vistos hasta las primeras luces de estrellas y galaxias recién nacidas hace 13.500 millones de años. Un viaje que, pese a los múltiples retrasos que ha sufrido en la última década, partió puntual, a las 13.20 hora española desde la Guayana Francesa, en un despegue limpio, sin incidencias. Pero este es solo un primer paso de una suerte de ‘danza’ de despliegue que durará dos semanas y que mantendrá en vilo a todo el equipo detrás de esta misión.
En los cuarteles generales del Webb en Guayana Francesa, muchas mascarillas -algunas con motivos navideños por lo especial de la fecha- que escondían caras concentradas pero tranquilas. «Es un momento muy emocionante para todos los que llevamos mucho tiempo trabajando en él», afirmaba conmovida Begoña Vila, astrofísica española e ingeniera de sistemas en el centro de vuelo espacial Goddard de la NASA, quien lleva desde 2006 en el proyecto y que sirvió de ‘maestra de ceremonias’ durante la retransmisión en español del lanzamiento. «Estamos ante un momento histórico. Estos son los primeros minutos de un viaje que durará un mes y nos revelará después muchos misterios del Universo. Es increíble», decía la gallega poco antes de que el telescopio se separase de su cohete, momento en el que la alegría y los aplausos estallaron en la torre de control.
«Se trata de un telescopio con un nivel de complejidad nunca visto», afirmó en rueda de prensa previa Thomas Zurbuchen, administrador asociado de la Dirección de Misiones Científicas de la NASA, quien explicó que los últimos retrasos se han debido a la rigurosidad de las pruebas, que han dilatado la fecha del despegue. Porque, debido a la posición tan lejana de su órbita, el telescopio más grande y avanzado jamás creado por la humanidad solo tiene una oportunidad para que todo salga bien, al contrario que su predecesor, el Hubble, que ha sido reparado en múltiples ocasiones por misiones humanas desde su lanzamiento a principios de los noventa.
«Esta es una misión extraordinaria -afirmó por su parte Bill Nelson, administrador de la NASA, que en esta misión ha contado con la participación de la Agencia Espacial Europea (ESA) y la agencia espacial canadiense (CSA)-. «Es un ejemplo brillante de lo que podemos lograr cuando soñamos a lo grande. Siempre hemos sabido que este proyecto sería un esfuerzo arriesgado pero, por supuesto, cuando quieres una gran recompensa, tienes que correr un gran riesgo».
El James Webb viajará plegado en un espacio de apenas 5 metros de diámetro dentro del cohete de fabricación europea Ariane 5. Poco a poco, en los próximos días, sus instrumentos se irán extendiendo hasta alcanzar el tamaño aproximado de una cancha de tenis (21 metros de ancho, por 14 de altura de su parasol, más los 6,4 metros de su enorme espejo, formado por 18 segmentos más pequeños) en una maniobra calculada casi al milímetro.
Aunque el observatorio tardará 29 días en llegar al punto Langrange 2L2, en las dos primeras semanas tendrá que desplegar 178 mecanismos en 344 operaciones en las que cualquier fallo puede dar al traste con la misión (o al menos, con todo su potencial). Es por ello que el equipo seguirá en tensión durante los bautizados como ‘ 14 días de terror’, a semejanza de los ‘ 7 minutos de terror’ de los aterrizajes en Marte, en los que el despegue solo es el primer paso. «Si lo miras desde esa perspectiva, el aterrizaje en Marte solo tiene un tercio de posibilidades de puntos de fallo en comparación con el despliegue del James Webb», dijo Zurbuchen.
El ‘pánico’ comenzó tan solo 31 minutos después del despegue, 2 minutos después de la separación con el Ariane 5. En ese momento, el Webb desplegó sus paneles solares, lo que le dará energía para continuar el viaje. Una hora y media después era el turno de la antena de alta ganancia, la más potente del telescopio y a través de la que transmitirá a la Tierra todo lo que descubra en sus observaciones, que empezarán en periodo de pruebas tras su llegada, si bien el gran público las conocerá a partir del segundo semestre de 2022.
Sin embargo, el nuevo telescopio espacial cuenta a su favor con que el proceso puede ser ajustado desde la Tierra -no como en el planeta rojo, donde todo debe estar programado de antemano-. «Todo el proceso de despliegue está muy controlado por personas», afirmó Amber Straughn, científica adjunta del proyecto Webb para comunicaciones en el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA en Maryland. «Con la excepción del primer par de despliegues inmediatamente después de la separación de la nave espacial, todas las maniobras serán controladas desde aquí, asegurándonos de que todo funciona correctamente».
Por delante, queda una década (extensible a dos) en la que se espera que el nuevo telescopio espacial observe con una resolución nunca vista desde nuestro vecindario cósmico, el Sistema Solar, a la luz de la primera generación de galaxias y estrellas, llegando más lejos (y, por tanto, más atrás en el tiempo) de lo que nuestra tecnología ha llegado nunca. Sin duda, un cometido muy ambicioso. En palabras de Zurbuchen, el Webb «es la materia de la que están hechos nuestros sueños».
Fuente: ABC