En un nuevo libro, el astrónomo de Harvard explica por qué el objeto no puede ser un cometa o un asteroide.
El astrónomo principal de la Universidad de Harvard Abraham (Avi) Loeb no da su brazo a torcer. El científico, en efecto, sigue convencido de que Oumuamua, el primer objeto interestelar observado por el hombre mientras cruzaba el Sistema Solar, no es una roca llegada de otras estrellas, sino un objeto de origen artificial.
Así lo afirma el investigador en su nuevo libro «Extraterrestrial: The First Sign of Intelligent Life Beyond Earth» («Extraterrestre: el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra»), en el que asegura que «nuestro Sistema Solar fue visitado recientemente por tecnología alienígena avanzada procedente de una estrella distante».
Oumuamua fue visto por primera vez el 19 de octubre de 2017 por el astrónomo canadiense Robert Weryk con el telescopio Pan-STARRS, un novedoso instrumento desarrollado por la Universidad de Hawái. Tras las primeras observaciones, se comprobó que su órbita era demasiado excéntrica y su velocidad demasiado elevada como para ser un objeto originario del Sistema Solar: se trataba, sin duda alguna, de «algo» llegado de otra estrella. ¿Pero de cuál? Su punto de origen, tres años después de su descubrimiento, sigue siendo un misterio, aunque varios investigadores creen que podría ser la nube molecular gigante (GMC) W51, a «solo» 17.000 años luz de la Tierra. Para Loeb, sin embargo, sería imposible que Oumuamua hubiera realizado un viaje tan largo hasta el Sistema Solar sin acabar hecho pedazos.
En cuanto a su naturaleza, al principio se pensó que se trataba de un cometa, pero esa idea tuvo que ser desechada ya que Oumuamua (que en hawaiano significa «primer mensajero distante») no mostraba signo alguno de sublimación o evaporación, lo que generalmente provoca que los cometas tengan una característica cola (llamada coma) que siempre apunta en dirección opuesta al Sol.
Avi Loeb fue, precisamente, uno de los primeros en estudiar a fondo el objeto interestelar, y su conclusión fue que tampoco se trataba de un asteroide. Según escribe el investigador, «se movía demasiado rápido a lo largo de una órbita extraña y no dejaba rastro de gas o escombros a su paso. Solo había una explicación concebible: el objeto era una pieza de tecnología avanzada creada por una civilización alienígena lejana».
Aunque la idea más extendida es que se trata de un objeto natural, lo cierto es que alrededor de Oumuamua se ciernen aún numerosas incógnitas. El objeto, de color rojo y de forma alargada, en efecto, empezó a acelerar contra todo pronóstico, y aunque esa aceleración podría haber sido causada por una emisión de gases, los astrónomos no consiguieron hallar ninguna evidencia que lo demostrara.
Según Loeb, «viajando a una velocidad de 196.000 mph en 2017 -momento en el que se descubrió este cuerpo por primera vez-, Oumuamua se clasificó como un asteroide, y cuando luego aceleró, se descubrió que tenía propiedades más similares a las de los cometas. Pero el objeto interestelar de 0,2 kilómetros de radio tampoco encajaba en esa categoría, y su punto de origen sigue siendo un misterio».
Por último, tampoco su composición está clara. Se llegó a sugerir que estaba hecho de hielo de hidrógeno molecular, lo que habría servido, entre otras cosas, para explicar su extraña aceleración. Pero esa idea fue duramente rebatida por el propio Loeb en un estudio de agosto de este mismo año, publicado en The Astrophysical Journal Letters.
La absoluta falta de emisiones de Oumuamua (ni señales de radio ni ninguna otra emisión electromagnética) hicieron pensar a Loeb que la supuesta nave llevaba mucho tiempo sin funcionar. Según el científico, podría tratarse de un objeto antiquísimo que, tras cumplir su misión, sigue su viaje, inerte, a traves de la inmensidad del espacio.
Fuente: ABC