La investigadora del Instituto SETI cree que contactar con otra civilización indicaría que estas pueden ser longevas y que la humanidad podría sobrevivir a su actual «adolescencia tecnológica».
Jill Cornell Tarter produce una fascinación casi hipnótica cuando te habla. Su voz tiene la modulación serena y profunda de la sabiduría pero sus palabras transmiten la vivacidad juvenil de quien todavía vive persiguiendo sueños. Tarter ha dedicado su vida a rastrear los cielos en busca de señales de otros mundos, de seres inteligentes en otras partes del Universo. Es una de las científicas más relevantes de la historia según la revista «Discovery» y ha estado en la lista de personas más influyentes del mundo para la revista «Time». Es investigadora emérita del Instituto SETI y para el gran público es conocida por la novela «Contact», de su amigo Carl Sagan, quien la inmortalizó en el personaje de la protagonista Ellie Arroway. En la adaptación cinematográfica de la novela, una magnífica interpretación de Jodie Foster da vida a la intrépida astrónoma.
Comenzamos la conversación con las habituales trivialidades para romper el hielo y Tarter me habla de los maravillosos recuerdos que atesora de sus visitas a Tenerife para el festival Starmus. Sin duda, es alguien que sabe cómo establecer contacto con su interlocutor. La verdad es que, llegado el caso en que alguien tuviera alguna vez que hablar en nombre de la Tierra, no me importaría que fuera ella.
-En algunas entrevistas dice que de pequeña era una «marimacho» –asiente entre risas– y que por eso se hizo científica. ¿Qué fue lo que la impulsó? ¿Cree que hoy en día es más fácil para una niña interesarse por la ciencia?
Creo que hoy en día las niñas tienen modelos en los que pueden ver que las mujeres participan en el avance de la ingeniería y la ciencia, algo que yo no tenía de pequeña. Mi mayor motivación fue una conversación que tuve con mi padre cuando tenía ocho años. Esta conversación obviamente había sido motivada por mi madre. Mi padre me dijo «mira, te estás haciendo mayor, ya es hora de que pases más tiempo con tu madre haciendo cosas de chicas en vez de conmigo haciendo tus cosas de marimacho».
«Mi padre me dijo «mira, te estás haciendo mayor, ya es hora de que pases más tiempo con tu madre haciendo cosas de chicas en vez de conmigo haciendo tus cosas de marimacho»»
Esta sugerencia me enfureció muchísimo, me enfadé tanto… no me cabía en la cabeza que tuviera que elegir entre ser niña y hacer lo que me gustaba. Así que acabé diciéndome a mí misma «voy a hacerme ingeniera»… porque en aquella época me parecía la profesión más masculina que podía imaginar. Y lo que pasó es que, tristemente, mi padre falleció un par de años después. Así que yo me quedé con esa determinación.
Quería que se pudiera sentir orgulloso de mí. Le había dicho a mi padre que iba a hacerlo y que lo haría, costara lo que costara. Así que estudié y me licencié como ingeniera. Lamentablemente, aunque esto ya no es así, en aquella época mis profesores eran muy aburridos. Acabé con una formación estupenda para resolver problemas pero no me interesaban los problemas en los que trabajaban. Por suerte, tuve ocasión de ir a unas clases de astrofísica en Cornell con Ed Salpeter, un gran profesor, y ese mundo me maravilló. Así que me fui a Berkeley a hacer un doctorado en astrofísica. Mi carrera no fue en absoluto un camino directo.
-El personaje del padre en Contact, ¿refleja en algún modo sus recuerdos de él?
No, para nada. Carl –Sagan– acertó con muchas cosas en la novela. Incluso fue muy clarividente al profetizar que el proyecto, que por aquel entonces estaba financiado por NASA, perdería la financiación pública y tendría que buscar inversores privados. Pero no, la historia del padre que muere joven sí es correcta en la película pero poco más. Por cierto, Paul Allen me preguntó una vez si creía que el personaje del millonario que salva el proyecto estaba basado en él.
-SETI –acrónimo en inglés de «búsqueda de inteligencia extraterrestre»– ha tenido altibajos en cuanto a aceptación por el público, las agencias financiadoras, el mundo académico, etc. ¿En qué situación se encuentra ahora?
A lo largo de mi carrera ha habido dos grandes puntos de inflexión. Uno es el de los exoplanetas. Cuando empezamos el proyecto de NASA organizamos congresos para discutir cómo podríamos detectarlos porque no se conocía ninguno. Y resultaron ser muy fructíferos. Bill Borucki asistió a esos congresos y 20 años más tarde pudo lanzar la misión espacial Kepler, que ha descubierto miles de exoplanetas.
El otro gran avance fueron los extremófilos. Cuando yo estudiaba nos decían que la vida solo podía darse en condiciones muy específicas. Pero eso ha cambiado completamente. Ahora sabemos que la vida es muy adaptable y puede existir en condiciones muy extremas. Así que esos dos cambios, los exoplanetas y los extremófilos, hacen que la pregunta sea obvia. ¿Están algunos de esos montones de mundos habitados? Y si lo están, ¿pueden albergar civilizaciones tecnológicas? Hoy en día es mucho más natural, no es algo tan místico, hacerse esas preguntas con las que empezamos hace 60 años. Sí, creo que ahora es más fácil y ya no se nos confunde con pseudociencias o historias de OVNIs.
«Ahora sabemos que la vida es muy adaptable y puede existir en condiciones muy extremas»
-Imagino que es por eso por lo que parece que ahora NASA quiere volver a involucrarse en estas investigaciones. ¿Cómo está la situación? ¿Están financiando ya proyectos o piensan hacerlo pronto?
Esperamos que sí. Se han venido haciendo estudios sobre tecnomarcadores –indicios observacionales de uso de tecnología– en preparación para la revisión decenal –hoja de ruta de la astronomía estadounidense–. NASA abandonó estas investigaciones en 1993 cuando el senador Bryan nos canceló estos proyectos y lo hizo además de una forma verdaderamente brutal, convirtiéndonos en un tabú. Esa palabra de cuatro letras que empieza por S –refiriéndose a SETI– no podía nombrarse en las oficinas de NASA.
Pero los exoplanetas y los extremófilos han borrado todo aquello. Yo creo que al final lo que subyacía a esas decisiones era un trasfondo religioso. Había una cierta tensión ahí para alguna gente. Pero hoy en día eso ya no es así, parece algo mucho más aceptable y asimilable por toda la sociedad que pueda haber vida en otros planetas.
-¿Es esa la razón, o al menos en parte, para el cambio de nomenclatura, de SETI a búsqueda de tecnomarcadores? ¿Es por evitar ese estigma?
Sí, creo que es bueno el cambio de denominación por varias razones. Primero por el paralelismo con la búsqueda de biomarcadores, algo que tiene mucha fuerza en la investigación astrofísica actual. Segundo por evitar el término «inteligencia», que es algo complicado de definir. Búsqueda de tecnología refleja mejor lo que hacemos.
-Además ahora tenemos nuevas capacidades de observación, en muchos casos derivadas del avance en la instrumentación para observar exoplanetas. Nuevas misiones espaciales y los nuevos telescopios de 30 y 40 metros. Esperemos que el TMT se construya pronto, donde sea…
Sí, ¡quizás ahí cerca de tu casa! –sonríe–.
-Puede ser, quién sabe… pero en cualquier caso, ya no se buscan solo señales de radio. ¿Qué opina sobre todos estos cambios?
¡Estoy encantada! Estamos en una época muy bonita en la que la tecnología nos permite buscar otras cosas y no solo señales de radio. Los futuros grandes telescopios permitirán avances impensables hace unos años. Por ejemplo imagínate que analizamos varios planetas cercanos entre sí, como los siete planetas tipo terrestre de TRAPPIST-I, y encontramos que algunos tienen la misma temperatura aunque estén a diferente distancia de la estrella.
Eso podría ser un tecnomarcador, indicios de que alguien se ha expandido a sus planetas vecinos y los ha terraformado. En el Instituto SETI estamos promoviendo el desarrollo de nuevas tecnologías de observación. Por ejemplo, en la Universidad de California en San Diego, Shelley Wright está dirigiendo el proyecto PANOSETI, un nuevo tipo de observatorio que permitirá observar todo el cielo todo el tiempo, con una resolución temporal de nanosegundos. Podremos ser sensibles a pulsos láser para comunicaciones, a sistemas de propulsión de velas espaciales como el que nosotros –la humanidad– estamos diseñando para el proyecto STARSHOT, o incluso a nuevos fenómenos naturales desconocidos hasta ahora porque nunca habíamos observado en este dominio. El Universo siempre nos ha deparado sorpresas cada vez que hemos hecho observaciones nuevas y yo sospecho que esto seguirá siendo así.
«Los futuros grandes telescopios permitirán avances impensables hace unos años»
-Hay un debate en la comunidad científica sobre las enanas rojas como sistemas potencialmente hospedadores de vida. Por una parte son las estrellas más abundantes, muchas son muy antiguas, y nos es más fácil observarlas. Por otra parte son tremendamente violentas y sus grandes erupciones pueden acabar arrancando la atmósfera de los planetas. ¿Tiene opinión sobre si son o no buenos candidatos para buscar vida?
En los primeros años las descartamos. No solo son muy violentas sino que los posibles planetas en zona habitable tendrían que estar tan cerca de la estrella que probablemente estén en acoplamiento de mareas, de forma que el planeta rota dando siempre la misma cara a la estrella, como hace la Luna con nosotros. Esto significa que en un lado del planeta siempre da el sol y en el otro hay noche permanente.
Alrededor de 2015 organizamos varios congresos para analizar esta cuestión en profundidad. Se hicieron simulaciones y modelos que mostraban que en estos planetas podían darse fuertes vientos que repartieran el calor desde el lado diurno al nocturno, haciendo que las condiciones no fueran tan extremas como pensábamos. Además muchas enanas rojas parecen calmarse tras los primeros miles de millones de años. Así que en realidad no lo sabemos con certeza, sigue siendo una pregunta científica abierta. Si quieres mi opinión, a estas alturas de la vida prefiero ser incluyente que excluyente. Yo diría que hay que mirar y a ver qué encontramos.
-Muchos expertos piensan que la detección de biomarcadores, es decir el descubrimiento de vida exraterrestre, podría darse a lo largo de nuestra vida…
De la tuya, quizás. Yo soy bastante más mayor –bromea–. Lo único que no me gusta de ser una señora mayor es que puede que no llegue a ver ese momento.
-Seamos optimistas. Hoy en día la esperanza de vida, y más en el caso de las mujeres, está por encima de los 85 años.
Una cosa curiosa sobre eso es que en mi país, EEUU, la esperanza de vida ha bajado en los últimos años. Después de tantas décadas de progreso y aumento de la esperanza de vida, ahora está en declive. Y eso es debido a las desigualdades económicas que tenemos. Pero discúlpame, creo que he desviado la conversación de tu pregunta, que iba por otro lado.
-No, está bien hablar también de los problemas de nuestro mundo y no solo de las grandes preguntas. Yo creo que ambas cosas están conectadas. Pensar en los grandes problemas nos da mejor perspectiva sobre los que tenemos en casa.
Caleb Scharf, que es el catedrático de astrobiología en la Universidad de Columbia, tiene una forma muy certera de decir eso: En un mundo finito, dice, la perspectiva cósmica no es un lujo. Es una necesidad.
«En un mundo finito la perspectiva cósmica no es un lujo, es una necesidad»
-Dado el tiempo que tardan las señales en propagarse entre las estrellas, cuando detectemos algo, ¿crees que se podrá establecer una comunicación bidireccional? ¿O será más como arqueología interestelar?
Sí, creo que será como las conversaciones que podemos tener hoy en día con Shakespeare o con los antiguos romanos. Será una comunicación que nos aportará muchísima información, incluso aunque no seamos capaces de comprenderla. Porque solo habría esperanzas de poder detectar una señal de otros seres si las civilizaciones pueden sobrevivir de forma estable durante mucho tiempo.
Si son breves, si solo duran unos milenios, entonces sería extremadamente improbable que podamos coincidir en el tiempo con otra civilización en esta historia de 10,000 millones de años de la galaxia. Así que si detectamos algo, aunque solo sea un tono de llamada cósmico, eso significará que sí, que es posible ser longevos y estables, que es posible sobrevivir a esta adolescencia tecnológica que estamos viviendo. Querría decir que hay otras gentes ahí fuera que lo han conseguido. Y si ellos lo han hecho, entonces hay esperanza de que quizá nosotros también podamos. En mi opinión ese sería el mensaje más poderoso que SETI podría dar a la humanidad.
-¿Cómo imaginas que será el post-contacto, si alguna vez se produce? Me refiero, pasada la euforia inicial, una vez en la fase en que ya no se pueda averiguar nada más durante muchos años.
Pues es muy difícil imaginarlo. Hemos hecho muchísimos congresos y reuniones con expertos de diversos ámbitos y al final, todo estos expertos acaban concluyendo siempre algo parecido: que va a depender de cómo sean las circunstancias sociales y políticas en nuestro planeta en ese momento. Y uno piensa «¿en serio? ¿y para eso te hemos pagado un billete de avión?» –bromea–. Pero sí, creo que se nos da muy mal predecir este tipo de cosas.
-Vivimos en un mundo que cada vez más es una sociedad planetaria con problemas globales (esta pandemia es un ejemplo). Y sin embargo está organizado en una estructura en que la autoridad última son las naciones. ¿Qué pasaría si recibimos un mensaje y los diferentes países tienen diferentes opiniones sobre qué hay que hacer?
Si un día recibimos un mensaje de otra civilización, ese mensaje no estará dirigido a California o a Moscú. Estará dirigido a toda la humanidad. Todos debemos recibir y compartir la información y todos debemos estar representados en la respuesta que se quiera dar. ¿Quién habla en nombre de la Tierra? Es complejo. En los años 80 definimos un protocolo para este tipo de cosas. Las naciones firmantes del protocolo se comprometían a compartir la información y a no enviar una respuesta hasta que existiera un consenso global. En parte ese protocolo estaba pensado para ofrecer cobertura a nuestros colegas soviéticos, en caso de que sufrieran presiones para no compartir sus descubrimientos.
«Si un día recibimos un mensaje de otra civilización, ese mensaje no estará dirigido a California o a Moscú sino a toda la humanidad»
Pero en la práctica, ¿quién puede hacer cumplir estas normas? Al final, todo el que tenga el equipamiento necesario puede decidir enviar su propia respuesta. Freeman Dyson, un gran físico fallecido recientemente, me dijo una vez algo muy interesante. Me dijo que quizás esa cacofonía discordante de diferentes voces con diferentes opiniones es una buena caracterización de nuestra sociedad y nuestra especie. Quizás no sea tan malo que los extraterrestres reciban una respuesta mixta y heterogénea.
O quizás para entonces nos hayamos puesto las pilas y hayamos aprendido a trabajar juntos como sociedad planetaria. Me remito de nuevo a las conclusiones de esos expertos sociólogos: todo dependrá de lo que esté pasando en la Tierra. Lo cierto es que no tenemos mucha experiencia con eventos que produzcan un gran impacto en todo el planeta y nos hagan vernos como una única especie. De alguna forma esta pandemia podría ser un ejemplo de algo así. Y la respuesta no está siendo mala. Ha habido países que han reaccionado de una forma u otra, que han sido más o menos eficientes a la hora de implementar un confinamiento, pero en general creo que la respuesta ha sido mirar a la ciencia y dejarse guiar por el conocimiento científico. Y eso es algo muy positivo.
Fuente: ABC