Un investigador cree que deberíamos de explorar los cuasisatélites de la Tierra, ya que son el lugar ideal para instalar sondas extraterrestres espía.
El grupo más recientemente descubierto de cuerpos rocosos cercanos a la Tierra es un tipo concreto de los denominados «objetos coorbitales». Se trata de los «cuasisatélites», una serie de rocas espaciales que trazan, como lo hace la Luna, órbitas estables alrededor de nuestro planeta y que nos acompañan en nuestro periplo alrededor del Sol. Por ahora, se conocen nueve cuasisatélites de la Tierra, pero su número podría ser muy superior.
Según un artículo recién publicado en The Astronomical Journal por el investigador James Benford, estos pequeños cuerpos, oscuros y difíciles de estudiar, resultan ser especialmente adecuados para inteligencias extraterrestres que quieran tener vigilada a la Tierra. Y el lugar ideal para ubicar sondas «espía», que podrían estar instaladas ahí, observándonos, desde tiempos inmemoriales.
Se da la circunstancia de que los cuasisatélites se acercan mucho a nuestro planeta una vez al año, a distancias mucho menores de cualquier otra cosa que no sea la propia Luna. De hecho, tienen el mismo periodo orbital que la Tierra y proporcionan una forma ideal de observar nuestro mundo desde un objeto natural, cercano y seguro. Además, según Benford, esta clase de coorbitales proporciona toda una serie de recursos que podrían ser muy útiles para los espías extraterrestres: materiales, energía solar constante, un firme asentamiento y, sobre todo, un lugar ideal para permanecer escondido.
Los fisgones
Hasta ahora, los cuasisatélites han sido escasamente estudiados por los astrónomos, y ningún programa del SETI, la organización que busca civilizaciones inteligentes en el espacio, se ha ocupado nunca de ellos. Por eso, Benford propone que se lleven a cabo una serie de observaciones de estos objetos para averiguar si en ellos existe alguna sonda alienigena. Y advierte de que esas sondas podrían, además, ser muy antiguas, incluso anteriores a la propia existencia del hombre.
Benford llama a estos hipotéticos dispositivos «lurkers» (mirones o fisgones). Un lurker, por lo tanto, es una sonda de observación oculta, desconocida y que ha logrado pasar totalmente inadvertida. Es posible que tras ella se oculten, o no, oscuras intenciones, según sean las motivaciones de los constructores. Y casi con toda seguridad, los lurkers serán robóticos, como lo son nuestras propias sondas de exploración, desde las Voyager a la New Horizons.
Estos espías robóticos, dice Benford, podrían haber sido enviados a observar la Tierra hace mucho tiempo, e incluso es posible que a algunos de ellos se les haya agotado ya su fuente de energía, lo que implica que para encontrarlos habría que hacer auténtica «arqueología extraterrestere». Según el investigador, si después de haber registrado los cuasisatélites no encontráramos nada, eso querría decir que nadie ha venido nunca a observar la vida de la Tierra, y ello a pesar de que esa vida sería evidente (por las características líneas espectrales de nuestra atmósfera) para cualquier observador interestelar que estudiara nuestra región de cielo durante los últimos mil millones de años.
El objetivo
Los cuasisatélites, opina Benford, son objetos muy atractivos para las búsquedas del SETI debido a su proximidad. El investigador está convencido de que deberíamos investigar estos cuerpos cuanto antes, tanto en el espectro electromagnético de las microondas y la luz, como en el radar. Incluso podríamos visitarlos con sondas. Entre ellos, el objetivo más prometedor sería 2016 HO3, que es el cuasisatélite de la Tierra más pequeño, estable y cercano conocido hasta ahora. Por ahora, solo China ha anunciado su intención de enviar una sonda hasta allí.
Fuente: ABC