Un satélite capturó la entrada en la atmósfera del meteoro, que desató diez veces más energía que la bomba atómica de Hiroshima.
El 18 de diciembre de 2018, una gran bola de fuego explotó sin previo aviso a unos 26 kilómetros de altitud sobre el mar de Bering. La explosión desató aproximadamente 173 kilotones de energía, más de diez veces la provocada por la bomba atómica sobre Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial. Esto significa que fue la más potente desde que un meteorito atravesó los cielos de la localidad rusa de Chelyabinsk hace seis años, provocando un millar de heridos por los destrozos causados por la onda expansiva. Sin embargo, en esta ocasión nadie se enteró al ocurrir en medio de las aguas frente a la península rusa de Kamchatka.
Por fortuna, dos instrumentos de la NASA a bordo del satélite Terra capturaron imágenes de los remanentes del meteoro. La secuencia sobre estas líneas muestra las capturas de cinco de las nueve cámaras en el instrumento MISR tomadas a las 23:55 UTC, unos minutos después del evento. La sombra del rastro del meteoro a través de la atmósfera de la Tierra, proyectada en las cimas de las nubes y alargada por el ángulo del Sol bajo, se encuentra al noroeste.
La imagen fija, capturada por el instrumento MODIS es una fotografía en color verdadero que muestra los restos del paso del meteorito, visto como una sombra oscura proyectada sobre nubes gruesas y blancas. MODIS capturó la imagen a las 23.50 UTC.
La bola de fuego del 18 de diciembre fue el meteoro más poderoso observado desde 2013. Sin embargo, dada su altitud y el área remota en la que ocurrió, el objeto no representaba una amenaza para nadie en el suelo, según explica la NASA. Los eventos de bolas de fuego son en realidad bastante comunes y se registran en la base de datos del Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra de la agencia espacial.
Eso sí, un meteoro de ese tamaño solo se espera dos o tres veces cada 100 años. Lo que cayó sobre el mar de Bering fue seguramente un asteroide por la altitud alcanzada en su caída. Un cometa, más frágil y menos denso, no habría sido capaz de penetrar hasta ese punto. Su llegada sin detección previa nos recuerda la importancia de monitorizar el cielo en previsión de nuevos eventos.
Fuente: ABC