La misión OSIRIS-REx se aproximará a la roca esta tarde y la «rondará» durante un año antes de tomar una muestra y traerla a nuestro planeta.
El primitivo objeto esconde importantes secretos sobre el origen de nuestro Sistema solar.
Después de dos años de viaje, la nave OSIRIS-REx de la NASA se reunirá esta tarde (3 de diciembre) con Bennu, un asteroide primitivo del tamaño del Empire State Building de Nueva York situado a unos 300.000 km de nuestro planeta. La sonda tiene como objetivo recolectar una muestra de la roca espacial y traerla a la Tierra, algo para lo que se tomará su tiempo, ya que pasará casi un año realizando observaciones antes de decidir de dónde «robarle» un pedazo. El objetivo científico de la misión es triple: por un lado, Bennu es considerado potencialmente peligroso para nosotros por su cercanía y tamaño, así que resultaría muy tranquilizador conocer bien su trayectoria. Por otro, es tan antiguo que puede desvelar muchos secretos sobre los orígenes del Sistema Solar. Además, los investigadores quieren saber si sus recursos minerales y su contenido en agua pueden ser explotados en el futuro.
OSIRIS-REx, un artefacto de seis metros de largo con sus paneles solares desplegados, se lanzó en septiembre de 2016 desde Cabo Cañaveral (Florida), pero su camino hacia Bennu no ha sido en línea recta. La sonda orbitó el Sol durante un año y entonces, en una colosal maniobra llamada asistencia gravitacional, realizó un cercano sobrevuelo sobre nuestro planeta para utilizar su gravedad como si fuera una honda. El impulso la llevó disparada hacia la roca. En los últimos meses se ha estado acercando a ella lentamente. Sus propulsores han adecuado su velocidad a la de Bennu para facilitar el encuentro.
La nave pasará casi un año estudiando el asteroide con cinco instrumentos científicos con el objetivo de seleccionar una ubicación que sea segura e interesante para recolectar la muestra. En este sentido, escaneará su superficie y establecerá su composición, incluida la distribución de sus elementos minerales y orgánicos. En julio de 2020, sin posarse, tocará brevemente la superficie de la roca con un brazo robótico, una técnica llamada «touch and go» (tocar y marchar). El brazo hará contacto durante aproximadamente cinco segundos, durante lo cuales liberará una explosión de gas nitrógeno que agitará la superficie. Hay suficiente gas para permitir tres intentos de muestreo. Entonces, recogerá un mínimo de 60 gramos y un máximo de 2 kilos. La cápsula con el material se sellará y la nave retornará en marzo de 2021, viajará durante dos años y medio y llegará a la Tierra en septiembre de 2023. No aterrizará, sino que se activarán unos paracaídas y la caja con la muestra será lanzada cerca de la ciudad de Salt Lake (Utah, EE.UU.), donde será recogida. Mientras, la sonda se quedará en órbita alrededor del Sol.
Posible impacto en el siglo XXII
Cuando reciba la muestra, será el equipo de ciencia el que tome el relevo de la misión para catalogarla y realizar distintos análisis. Se trata de un material con un gran valor científico, ya que permanece prácticamente inalterado desde hace 4.500 millones de años, por lo que puede revelar importante información sobre los orígenes del Sistema Solar. Los científicos también tienen interés en conocer cuál es la trayectoria más aproximada de la roca, porque está considerada como potencialmente peligrosa para la Tierra. La probabilidad de impacto en el futuro es de una entre 3.000. No es mucha, pero suficiente para requerir que sea vigilado de cerca. Bennu es entre 4.000 a 5.000 veces más masivo que el meteorito que explotó sobre Chelyabinsk en Rusia en 2013, dejando un millar de heridos. El choque podría suceder a finales del siglo XXII. La idea de que se nos venga encima resulta inquietante, motivo por el cual tanto la sonda como el asteroide han sido bautizados con nombres de la mitología egipcia relacionados con la vida y la muerte. Osiris es el dios de la muerte y la resurrección, mientras que Bennu es su ave mitológica.
La misión también explora la posibilidad de la explotación minera de asteroides de forma comercial, una idea planteada por algunas compañías privadas. Esas rocas pueden ser fuente de minerales raros o incluso combustible para futuras misiones espaciales. Si OSIRIS-REx tiene éxito, puede servir como ejemplo para esos proyectos. No es la primera vez que una nave se dirige a un asteroide para tomar una muestra. Ya lo hicieron antes con éxito las misiones japonesas Hayabusa I y II. La primera logró traer a la Tierra muestras del asteroide Itokawa en 2010 y la segunda, que intentará hacer lo mismo, fue pionera en depositar dos pequeños rovers sobre la superficie del asteroide Ryugu el pasado septiembre.
Fuente: ABC