La ESA estudiará supertierras

 

La nueva misión del Programa Científico de la ESA, Cheops, estudiará planetas en órbita alrededor de otras estrellas. Su lanzamiento está previsto para el año 2017.

Cheops (juego de palabras en inglés entre el nombre del faraón egipcio y el acrónimo de “Satélite para la Caracterización de Exoplanetas”) observará estrellas brillantes y cercanas en las que ya se sabe que existe un sistema planetario.

Los científicos monitorizarán estas estrellas en busca de ‘tránsitos’, una breve disminución de su brillo cuando el planeta que la orbita pasa fugazmente por delante de la estrella.

A través de este método se podrá determinar con precisión el radio del planeta. En aquellos casos en los que ya se conozca su masa, se podrá derivar su densidad, un dato que ofrecerá nuevas pistas sobre su estructura interna.

Estos parámetros clave ayudarán a comprender mejor el proceso de formación de aquellos exoplanetas cuya masa esté comprendida entre unas pocas veces la de nuestro planeta –los conocidos como “súper-Tierras”- y la masa de Neptuno.

Cheops también identificará a los exoplanetas que presenten una atmósfera considerable, caracterizando su migración durante la formación y evolución de sus sistemas planetarios.

 

La nueva misión del Programa Científico de la ESA, Cheops, estudiará planetas en órbita alrededor de otras estrellas. Su lanzamiento está previsto para el año 2017.

Cheops (juego de palabras en inglés entre el nombre del faraón egipcio y el acrónimo de “Satélite para la Caracterización de Exoplanetas”) observará estrellas brillantes y cercanas en las que ya se sabe que existe un sistema planetario.

Los científicos monitorizarán estas estrellas en busca de ‘tránsitos’, una breve disminución de su brillo cuando el planeta que la orbita pasa fugazmente por delante de la estrella.

A través de este método se podrá determinar con precisión el radio del planeta. En aquellos casos en los que ya se conozca su masa, se podrá derivar su densidad, un dato que ofrecerá nuevas pistas sobre su estructura interna.

Estos parámetros clave ayudarán a comprender mejor el proceso de formación de aquellos exoplanetas cuya masa esté comprendida entre unas pocas veces la de nuestro planeta –los conocidos como “súper-Tierras”- y la masa de Neptuno.

Cheops también identificará a los exoplanetas que presenten una atmósfera considerable, caracterizando su migración durante la formación y evolución de sus sistemas planetarios.

Cheops será la primera misión de clase S (pequeña) del Programa Científico de la ESA.

“Al centrarnos sólo en aquellas estrellas que ya sabemos que tienen exoplanetas, Cheops nos permitirá realizar estudios comparativos entre planetas con una masa similar a la del nuestro con un grado de precisión que simplemente es imposible de alcanzar con telescopios en tierra”, explica Álvaro Giménez-Cañete, Director de Ciencia y Exploración Robótica de la ESA.

“Esta misión fue seleccionada entre las 26 propuestas recibidas en respuesta a la Convocatoria para Misiones de Clase-S, lanzada el pasado mes de marzo. Es un buen indicativo del fuerte interés de la comunidad científica en misiones específicas, capaces de ofrecer rápidos resultados y de responder a cuestiones fundamentales de la ciencia espacial”.

Las misiones de Clase S del Programa Científico de la ESA deberán ser de bajo coste y de rápido desarrollo, con el objetivo de ofrecer una mayor flexibilidad para atender a nuevas ideas de la comunidad científica.

Esta nueva clase de misiones, con un objetivo científico muy específico, constituyen un complemento natural de las misiones de Clase M (medianas) y L (grandes), de objetivos más genéricos.

La misión Cheops se desarrollará a través de una colaboración entre la ESA y Suiza, con importantes contribuciones de otros Estados Miembros de la ESA.

“Esta misión dará continuidad a los 40 años de éxitos de los científicos y de la industria suiza en la vanguardia de la ciencia espacial”, explica Willy Benz, profesor del Centro para el Espacio y la Habitabilidad de la Universidad de Berna.

Cheops identificará objetivos para realizar estudios más detallados de sus atmósferas exoplanetarias con la ayuda de la próxima generación de telescopios, actualmente en desarrollo, entre los que se encuentran el Telescopio Europeo Extremadamente Grande y el Telescopio Espacial NASA/ESA/CSA James Webb.

Este nuevo satélite se lanzará a una órbita heliosíncrona a 800 kilómetros sobre la superficie de nuestro planeta. Su misión tendrá una duración inicial de 3,5 años, poniendo parte de su tiempo de observación a disposición de la comunidad científica en general.

Fuente: ESA

¿Un quásar sin galaxia?

Las observaciones recientes hechas mediante el Telescopio Espacial Hubble sobre uno de los quásares más distantes y más brillantes del universo han dejado asombrados a los astrónomos, no por lo que han visto sino por lo que NO han visto: No aparece galaxia alguna en la que esté alojado el quásar y que alimente a éste con estrellas.

¿Se trata pues de un quásar sin galaxia?

Aún no hay datos suficientes para poder responder con toda certeza a esta pregunta, pero la mejor explicación es que el quásar está acompañado por una galaxia, sólo que ésta se halla envuelta por tanto polvo que las estrellas quedan tapadas y ocultas por todas partes. Los astrónomos creen que el futuro Telescopio Espacial James Webb revelará la galaxia. Dicho telescopio también tendrá la sensibilidad infrarroja para mirar hacia el pasado, hasta 200 millones de años después del Big Bang. Si las galaxias comenzaron a formar estrellas en esta época temprana, el Webb está diseñado, y está siendo construido, para poder detectarlas.

Las observaciones recientes hechas mediante el Telescopio Espacial Hubble sobre uno de los quásares más distantes y más brillantes del universo han dejado asombrados a los astrónomos, no por lo que han visto sino por lo que NO han visto: No aparece galaxia alguna en la que esté alojado el quásar y que alimente a éste con estrellas.

¿Se trata pues de un quásar sin galaxia?

Aún no hay datos suficientes para poder responder con toda certeza a esta pregunta, pero la mejor explicación es que el quásar está acompañado por una galaxia, sólo que ésta se halla envuelta por tanto polvo que las estrellas quedan tapadas y ocultas por todas partes. Los astrónomos creen que el futuro Telescopio Espacial James Webb revelará la galaxia. Dicho telescopio también tendrá la sensibilidad infrarroja para mirar hacia el pasado, hasta 200 millones de años después del Big Bang. Si las galaxias comenzaron a formar estrellas en esta época temprana, el Webb está diseñado, y está siendo construido, para poder detectarlas.

Casi todas de las primeras galaxias que se forjaron en el universo contienen algo de polvo. El universo temprano estaba libre de polvo, hasta que la primera generación de estrellas comenzó a generarlo a través de la fusión nuclear. A medida que estas estrellas envejecían y sus reacciones nucleares se agotaban, perdían buena parte de su atmósfera, lo que acarreaba la emisión de cantidades inmensas de polvo al espacio interestelar.

El quásar observado por el equipo de Rogier Windhorst y Matt Mechtley, de la Universidad Estatal de Arizona, se remonta a una época temprana de la historia del universo (menos de mil millones de años después del Big Bang), pero se sabe, gracias a observaciones submilimétricas anteriores, que contiene grandes cantidades de polvo.

Lo que sorprendió a los investigadores es cuán tupidamente el polvo envuelve la galaxia, impidiendo que la luz alrededor del quásar sea visible desde la Tierra con los instrumentos disponibles.

Los quásares son núcleos brillantes de galaxias y albergan un agujero negro supermasivo. La actividad de éste absorbiendo materia es tan frenética que en el disco de acreción que rodea al agujero negro se generan colosales chorros de radiación. Si un chorro de esta clase apunta en dirección a la Tierra, el disco de acreción y el chorro puede aparecer como un quásar, el cual es capaz de brillar un centenar, o incluso miles, de veces más que su galaxia.

Fuente: Noticias de la Ciencia

Simposio de la LIADA sobre Cuerpos Menores del Sistema Solar

Los particpantes del simposio posando frente a la sede del CODE

El pasado sábado 17 de Noviembre se realizó el 1º Simposio sobre Cuerpos Menores del Sistema Solar organizado por la Liga Iberoamericana de Astronomía (LIADA), entidad que reúne a astrónomos, asociaciones y clubes de astronomía de toda Iberoamérica.
Dicho evento se desarrolló en la sede del Centro de Observadores del Espacio (CODE), donde también funciona la sede social de la LIADA, en la ciudad de Santa Fe.
En representación de la Asociación Entrerriana de Astronomía (AEA) estuvieron Alberto Anunziato y Mariano Peter quienes tuvieron a su cargo la conferencia de cierre titulada Meteorito Berduc: Búsqueda, hallazgo, estudio y marco legal aplicable.
Al término de la misma, los asistentes pudieron ver y fotografiar los fragmentos del meteorito Berduc hallados por la AEA en Abril de 2008.
La AEA agradece a las autoridades de la LIADA y del CODE por la invitación, cordialidad y hospitalidad brindada.
A continuación más imágenes del simposio.

Los particpantes del simposio posando frente a la sede del CODE

El pasado sábado 17 de Noviembre se realizó el 1º Simposio sobre Cuerpos Menores del Sistema Solar organizado por la Liga Iberoamericana de Astronomía (LIADA), entidad que reúne a astrónomos, asociaciones y clubes de astronomía de toda Iberoamérica.
Dicho evento se desarrolló en la sede del Centro de Observadores del Espacio (CODE), donde también funciona la sede social de la LIADA, en la ciudad de Santa Fe.
En representación de la Asociación Entrerriana de Astronomía (AEA) estuvieron Alberto Anunziato y Mariano Peter quienes tuvieron a su cargo la conferencia de cierre titulada Meteorito Berduc: Búsqueda, hallazgo, estudio y marco legal aplicable.
Al término de la misma, los asistentes pudieron ver y fotografiar los fragmentos del meteorito Berduc hallados por la AEA en Abril de 2008.
La AEA agradece a las autoridades de la LIADA y del CODE por la invitación, cordialidad y hospitalidad brindada.
A continuación más imágenes del simposio.

Mariano Peter en la conferencia

Alberto Anunziato en la conferencia

Los asistentes al simposio viendo y fotografiando las piezas meteoríticas al término de la conferencia

Mariano Peter recibiendo de las autoridades de la LIADA el diploma de asistencia al simposio

Alberto Anunziato recibiendo también el diploma de asistencia al simposio

Poster del simposio en el CODE

El Mesón de Fierro – Meteorito Chaco, Campo del Cielo, Argentina

 Por Oscar Alfredo Turone

 

El Gran Meteorito Chaco de 37 toneladas, el segundo más grande del mundo

El territorio del Chaco impuso duros tributos a quienes lo conquistaron.  Tierra de montes impenetrables, de esteros, fieras y aborígenes bravíos, no se rindió fácilmente a los españoles y posteriores inmigrantes europeos.   El lugar impuso a la llegada de los blancos, la potencia de una naturaleza indómita que jaqueó siempre a los desconocidos y protegió a sus dueños: los indios.  Tierra de los Guaycurúes  la bautizaron algunos conquistadores.  Provincia de los Payaguás, fue denominada por otros; Gran Chaco Gualamba terminaron por llamar los españoles a esa inmensa y misteriosa región.   

El primer europeo que la pisó fue Alejo García, náufrago de una de las naves de Solís que, en 1526 inauguró, posiblemente a su pesar, la extensa lista de los que peregrinaron por la región.                  
 
El Chaco fue tierra de expediciones.  Centenares de conquistadores, al frente de una tropa dura como las privaciones que soportaron, lo transitaron en todas las direcciones, buscando las nunca halladas Sierras de la Plata, intentando comunicarse con las tierras del Inca o, simplemente, haciendo la guerra al indio para quedarse con sus tierras.  Entre 1671 y 1810 Asunción del Paraguay fue punto de partida hacia el Gran Chaco de 77 expediciones.  Otras salieron de las actuales ciudades de Corrientes, Tucumán, Santa Fe y Santiago del Estero.  Muchos de sus integrantes jamás regresaron: quedaron tendidos, atravesados por las flechas de los indígenas.     
              
Fue gran sorpresa para los primeros sacerdotes de las Misiones Jesuíticas comprobar que en algunas culturas de la América india existían mitos similares a los del bíblico Diluvio Universal.  Los aborígenes guaraníes recuerdan aún la denominada Hecatombe del Agua,  llamada Iporú, de la que pocos hombres y animales se habían salvado, ubicándose en la copa de un árbol de gran porte.  Según los indios quechuas, existía un cerro que crecía a medida que las aguas subían y en el cual se refugiaron hombres y animales.
 
Entre las culturas primitivas del Chaco, en cambio, la destrucción de la Humanidad se habría producido mediante un fuego devastador.  El misionero jesuita Guevara registró el mito mocoví de la caída del Sol:  “Entonces fue como por todas partes corrieron inundaciones de fuego y llamas que todo lo abrazaron y consumieron: árboles, plantas, animales y hombres.  Poca gente mocoví, por repararse de los incendios, se abismaron en ríos y lagunas, y se convirtieron en caimanes y capiguarás.  Dos de ellos, marido y mujer, buscaron asilo en un altísimo árbol desde donde miraron correr ríos de fuego que inundaban la superficie de la Tierra; pero impensadamente se arrebató para arriba una llamarada que les chamuscó la cara y los convirtió en monos, de los cuales tuvo principio la especie de estos ridículos animales”.          
 
Pero para imaginar la grandiosidad de lo ocurrido en Campo del Cielo, hay que pensar en moles de gran volumen que cayeron acompañadas de miles de fragmentos menores, todo en estado incandescente.  Pudo haber ocurrido en minutos y tras el estrépito, el fragor de los bosques incendiados.  Así lo indican los restos carbonizados encontrados al buscar debajo de los meteoritos.  Pocas veces el hombre habrá sentido más cerca la inminencia del fin del mundo, del Apocalipsis.
 
La estudiosa Elena Lozano obtuvo de un informante de la tribu vilela la memoria de un fuego grande que quemó todo: “árboles, pájaros, todo.  Una pareja cavó un pozo donde, con la demás gente se protegieron del estrago.  Al concluir el fuego grande, el patriarca recomendó a los que salían que no miraran el suelo quemado.  Pero una muchacha lo hizo y se convirtió en guasuncho, otra se convirtió en nutria y se fue a la laguna.  Un viejo se hizo yacaré y una vieja gorda, loro.  El patriarca y su compañera, que cerraron los ojos al salir, procrearon dos hijos, varón y mujer, a los que autorizaron la unión conyugal para que haya gente otra vez”.    
 
El investigador chaqueño José Miranda Borelli, recogió versiones semejantes entre informantes de las tribus tobas y matacas; todas con la narración del holocausto y el refugio en la cueva del escarabajo.        
 
Los primeros españoles  que llegaron a Campo del Cielo escucharon estos relatos a los meleros (buscadores de miel silvestre), además comprobaron, en pequeñas batallas con los aborígenes, que ellos remataban sus lanzas y flechas con trozos de metal.  Dado que las rocas más cercanas estaban a más de 500 kilómetros de la región y que los naturales desconocían las técnicas metalúrgicas, el metal debía ser fruto de alguna razón desconocida. 

 Por Oscar Alfredo Turone

 

El Gran Meteorito Chaco de 37 toneladas, el segundo más grande del mundo

El territorio del Chaco impuso duros tributos a quienes lo conquistaron.  Tierra de montes impenetrables, de esteros, fieras y aborígenes bravíos, no se rindió fácilmente a los españoles y posteriores inmigrantes europeos.   El lugar impuso a la llegada de los blancos, la potencia de una naturaleza indómita que jaqueó siempre a los desconocidos y protegió a sus dueños: los indios.  Tierra de los Guaycurúes  la bautizaron algunos conquistadores.  Provincia de los Payaguás, fue denominada por otros; Gran Chaco Gualamba terminaron por llamar los españoles a esa inmensa y misteriosa región.   

El primer europeo que la pisó fue Alejo García, náufrago de una de las naves de Solís que, en 1526 inauguró, posiblemente a su pesar, la extensa lista de los que peregrinaron por la región.

El Chaco fue tierra de expediciones.  Centenares de conquistadores, al frente de una tropa dura como las privaciones que soportaron, lo transitaron en todas las direcciones, buscando las nunca halladas Sierras de la Plata, intentando comunicarse con las tierras del Inca o, simplemente, haciendo la guerra al indio para quedarse con sus tierras.  Entre 1671 y 1810 Asunción del Paraguay fue punto de partida hacia el Gran Chaco de 77 expediciones.  Otras salieron de las actuales ciudades de Corrientes, Tucumán, Santa Fe y Santiago del Estero.  Muchos de sus integrantes jamás regresaron: quedaron tendidos, atravesados por las flechas de los indígenas.

Fue gran sorpresa para los primeros sacerdotes de las Misiones Jesuíticas comprobar que en algunas culturas de la América india existían mitos similares a los del bíblico Diluvio Universal.  Los aborígenes guaraníes recuerdan aún la denominada Hecatombe del Agua,  llamada Iporú, de la que pocos hombres y animales se habían salvado, ubicándose en la copa de un árbol de gran porte.  Según los indios quechuas, existía un cerro que crecía a medida que las aguas subían y en el cual se refugiaron hombres y animales.

Entre las culturas primitivas del Chaco, en cambio, la destrucción de la Humanidad se habría producido mediante un fuego devastador.  El misionero jesuita Guevara registró el mito mocoví de la caída del Sol:  “Entonces fue como por todas partes corrieron inundaciones de fuego y llamas que todo lo abrazaron y consumieron: árboles, plantas, animales y hombres.  Poca gente mocoví, por repararse de los incendios, se abismaron en ríos y lagunas, y se convirtieron en caimanes y capiguarás.  Dos de ellos, marido y mujer, buscaron asilo en un altísimo árbol desde donde miraron correr ríos de fuego que inundaban la superficie de la Tierra; pero impensadamente se arrebató para arriba una llamarada que les chamuscó la cara y los convirtió en monos, de los cuales tuvo principio la especie de estos ridículos animales”.

Pero para imaginar la grandiosidad de lo ocurrido en Campo del Cielo, hay que pensar en moles de gran volumen que cayeron acompañadas de miles de fragmentos menores, todo en estado incandescente.  Pudo haber ocurrido en minutos y tras el estrépito, el fragor de los bosques incendiados.  Así lo indican los restos carbonizados encontrados al buscar debajo de los meteoritos.  Pocas veces el hombre habrá sentido más cerca la inminencia del fin del mundo, del Apocalipsis.

La estudiosa Elena Lozano obtuvo de un informante de la tribu vilela la memoria de un fuego grande que quemó todo: “árboles, pájaros, todo.  Una pareja cavó un pozo donde, con la demás gente se protegieron del estrago.  Al concluir el fuego grande, el patriarca recomendó a los que salían que no miraran el suelo quemado.  Pero una muchacha lo hizo y se convirtió en guasuncho, otra se convirtió en nutria y se fue a la laguna.  Un viejo se hizo yacaré y una vieja gorda, loro.  El patriarca y su compañera, que cerraron los ojos al salir, procrearon dos hijos, varón y mujer, a los que autorizaron la unión conyugal para que haya gente otra vez”.

El investigador chaqueño José Miranda Borelli, recogió versiones semejantes entre informantes de las tribus tobas y matacas; todas con la narración del holocausto y el refugio en la cueva del escarabajo.

Los primeros españoles  que llegaron a Campo del Cielo escucharon estos relatos a los meleros (buscadores de miel silvestre), además comprobaron, en pequeñas batallas con los aborígenes, que ellos remataban sus lanzas y flechas con trozos de metal.  Dado que las rocas más cercanas estaban a más de 500 kilómetros de la región y que los naturales desconocían las técnicas metalúrgicas, el metal debía ser fruto de alguna razón desconocida. 

 

Ubicación geográfica de Campo del Cielo en la Provincia de Chaco

Estos enigmas motivaron a Gonzalo de Abreu, gobernador del Tucumán, a organizar en 1576 una expedición desde el río Salado hacia el levante en busca de una supuesta mina de hierro sin explotar.  Comisionó entonces al capitán Hernán Mexía de Mirabal, quien entre Julio y Agosto de ese año, al atravesar la planicie de Otumpa vio un peñón de hierro que afloraba de la superficie como un raro monumento.   En sus alrededores recogió muestras que luego fueron analizadas por herreros.

El sacerdote jesuita Martín Dobrizhoffer, en su Crónica Misional, cuenta que escuchó en Santiago del Estero (antes de 1767) la versión de que “a ochenta leguas de la ciudad, hacia el Chaco, existe en alguna parte una mesa o un tronco de árbol que semeja al hierro, pero que bajo el resplandor del Sol reluce como plata”.

En 1774 el militar español Bartolomé Francisco Maguna, al frente de una guarnición de soldados y civiles,  se movilizó desde Santiago del Estero, y llegó hasta Campo del Cielo.  Allí encontró una gran barra o planchón al que denominó Mesón de Fierro, debido a su caprichosa forma.  Calculó que pesaba unas 25 toneladas.  Dos años después repitió la expedición y los fragmentos extraídos fueron analizados en Santiago del Estero, Lima y Madrid.

Luego de Maguna, en 1779, llegó hasta el lugar Francisco de Ibarra.  Melchor Miguel Costas, miembro de esa expedición, tomó las medidas de la masa: tenía 3,52 metros de largo, 1,85 de ancho y 1,19 de altura.

En 1783 se efectuó por orden del rey Carlos III de España la expedición del capitán de fragata Miguel Rubín de Celis.   Su objetivo fue precisar si el Mesón de Fierro era la parte superior de una montaña de hierro enterrada o, simplemente, se trataba de una piedra aislada.

Rusia lanza al espacio otro satélite militar de doble uso

El satélite ruso de doble uso Meridian ingresó hoy a la órbita terrestre sin problemas, tras ser proyectado por un cohete portador Soyuz-2.1, desde el cosmódromo de Plesetsk, corroboraron fuentes castrenses.
"Meridian" se separó del bloque propulsor Fregat y continuó su trayectoria trazada, a las 18:00 hora de Moscú (14:00 GMT), aseguró el representante de las Tropas Espaciales, Alexei Zolotujin.

El lanzamiento se produjo con éxito desde la base situada en Arjangel, en el norte de Rusia, y fue observado por el flamante ministro de Defensa, general de Ejército Serguei Shoigu, reportó la agencia Interfax.

El satélite ruso de doble uso Meridian ingresó hoy a la órbita terrestre sin problemas, tras ser proyectado por un cohete portador Soyuz-2.1, desde el cosmódromo de Plesetsk, corroboraron fuentes castrenses.
"Meridian" se separó del bloque propulsor Fregat y continuó su trayectoria trazada, a las 18:00 hora de Moscú (14:00 GMT), aseguró el representante de las Tropas Espaciales, Alexei Zolotujin.

El lanzamiento se produjo con éxito desde la base situada en Arjangel, en el norte de Rusia, y fue observado por el flamante ministro de Defensa, general de Ejército Serguei Shoigu, reportó la agencia Interfax.

La versión "Meridian", de doble uso, está destinada para apoyar las comunicaciones de los buques y aviones de exploración polar en la región del Mar del Norte, con las estaciones terrestres, y mejorar las redes satelitales en Siberia y Lejano Oriente ruso. Es el tercero de su tipo que llega a la órbita.

El primer satélite de esta serie se colocó en el espacio el 24 de diciembre de 2006, y el segundo cayó a tierra en mayo de 2009, tras un fallo en el bloque propulsor. Otro lanzamiento se realizó con éxito el 2 de noviembre de 2010.

Diseñados y fabricados por la empresa "Sistemas de información por satélites Reshetnev", de Krasnoyark, la generación de sputnik Meridian sustituye a los aparatos Molnia-3, Molnia-1 y Parus.